—Te digo porque me has estado torturando. Uno quiere ver a los hombres desde
arriba, así se siente omnipotente. Otra quiere observar a su amiga sin que ella
pueda verla. Un tipo se regodea imaginándose invisible y uno de sus placeres es
espiar por el ojo de una cerradura. Otro imagina el infierno como una mirada que lo
penetra todo. En una obra, el infierno es la mirada de una mujer, una mirada que
para colmo deben sufrir toda la eternidad.
—Bueno, basta. Adónde vamos a ir a parar. Pero la filosofía...
—Me parece que leés los libros a la ligera. O no leíste EL SER Y LA NADA.
—Cómo no, pero fue en el siglo XIX.
—Por eso te digo.
—Te digo qué.
—Que leés todo a la ligera. Si no recordarías la invisibilidad, el sobrevuelo, a cada
rato. Páginas sobre el cuerpo, la mirada, la vergüenza.
Momento en que entró Quique y dijo Maruja cada día estás más mona, et tout et
tout. Y luego, dirigiéndose a S. dijo "Buenas tardes, Maestro". Así que S. adujo que
estaba en retardo y se fue.
Apenas salió, Beba se dirigió indignada contra Quique:
—Te advertí que no te metieras con él, por lo menos en mi presencia!
—No lo puedo evitar, mi amor. Desde que me hizo trabajar en esa novela, tanto
para aliviar esa pesadez. Un plomo. Un repedante, un mamarracho. Un día que
tenga tiempo te voy a contar unas historias que bueno bueno. Y todo ese potinage,
te aclaro, es superdocumentado.
—No veo por qué en lugar de hacer cosas desagradables no contaste algunos de tus
chismes.
—En su presencia, decís?
—Claro.
—Sí, eh? Para que después aparezcan mis frases en su novela? En esa novela que
hace ciento veinte años dice que está trabajando?
QUIQUE ESTABA SOMBRÍO
Prohibirle hablar mal de la gente era, en opinión de Beba, como prohibirle a Galileo
emitir su célebre aforismo. Pero la llegada de Silvina con sus compañeras de la
academia lo reanimó instantáneamente, cuando le dijeron que habían visto al chico
Molina con moto y campera de cuero.
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