Test Drive | Page 333

increpaba Beba con su dureza intelectual y precisa. Pero era como querer golpear con eficacia una bolsa de algodón: Bécquer, Bécquer! Vaya con la novedad! insistía ella, estudiando su crucigrama. Miró largo tiempo aquel séptimo piso y finalmente cruzó la avenida pero siguió hacia las Heras, para tomar el colectivo 60. Todos pasaban repletos, pero logró finalmente colgarse de uno. Bajó en la calle Independencia, fue a un almacén y compró una botella de sidra helada y un pan dulce. Ya tenía en su bolsillo el regalo. Sería una formidable sorpresa para Palito. "Me faltan palabras, Marcelo, eso es lo que pasa. Si yo tendría un diccionario." Y bien, ahí lo tendría, aunque fuera uno chiquito, como sus necesidades. Sus fantásticas necesidades: ir copiando diez palabras por día en un cuaderno, írselas grabando aquí (se señalaba la frente). El Comandante siempre les decía que no era sólo cosa de tiros. Caminó por Independencia hacia el Bajo, pero al cruzar la calle Balcarce, en el momento en que iba a entrar en el inquilinato, varios hombres se precipitaron sobre él. Le pareció tan irreal que no atinó siquiera a correr. Habría sido inútil: estaba rodeado por todas partes. Sintió un feroz golpe en el bajo vientre y otro en la cabeza, le metieron un trapo en la boca y luego lo encerraron en el baúl de un auto que esperaba en marcha. Todo sucedió en un par de segundos, quizá. Dentro del cajón, aturdido por el dolor, sintió cómo el coche corría por calles, doblaba, seguía por largas avenidas, volvía a doblar, hasta que poco a poco el silencio se hacía mayor. Entonces se detuvieron. Lo sacaron del cajón, lo arrojaron al suelo, le dieron algunas patadas en los riñones y en los testículos, y mientras se retorcía de dolor y sus gritos eran ahogados por el trapo sucio que le habían puesto en la boca, oyó que uno le decía al otro: —Gordo, dame un cigarrillo. Después que seguramente hubieron encendido sus cigarrillos lo llevaron por un corredor, descendieron unas escaleras y allí ya empezó a oír alaridos: el aullido, más bien, de alguien que es despellejado vivo. —Andá escuchando —dijo uno de ellos. Siguieron por un corredor apenas alumbrado por una lámpara mortecina. El olor era fuerte, como de baños, de