cactos, enredaderas desconocidas habían realizado extrañas alianzas, mientras
grandes yuyos vivían como mendigos entre los escombros de un templo cuyo culto
jamás conocieron.
Contemplaba la ruina de aquella mansión, con sus frisos caídos, las persianas
podridas o desquiciadas, los vidrios rotos.
Se acercó a la casita de la servidumbre. No tenía fuerzas, a