Aires. Y ahora la reemplazaba un par de burdas hojas de chapa. Oxidadas,
abolladas, con leyendas que decían VIVA PERÓN, las hojas estaban precariamente
unidas por un grueso alambre, a través de dos agujeros improvisados.
Buscó una ferretería por la calle Juramento, compró una pinza de corte lateral y
una linterna y luego caminó a la espera de la noche. Por Juramento llegó hasta
Cuba y entró en la plaza de Belgrano, donde permaneció sentado en un banco,
fascinado por la iglesia que iba penetrando más en regiones ocultas de su espíritu a
medida que el crepúsculo avanzaba. Empezó a no ver ni oír nada del tumulto que a
esa hora reina en esa parte de la ciudad, sintiéndose cada vez más solo. Era un
aciago crepúsculo, presidido por deidades ocultas y malignas, recorrido por
murciélagos que iniciaban su existencia nocturna, aves de las tinieblas cuyo canto
es el chirrido de ratas aladas, mensajeros de las deidades tenebrosas, gelatinosos
heraldos del horror y de las pesadillas, secuaces de esa teocracia de las cavernas,
de esos soberanos de ratas y comadrejas.
Se abandonaba con voluptuosidad a sus visiones, le pareció asistir a la teofanía del
máximo monarca de las tinieblas, rodeado de su corte de basiliscos, cucarachas,
hurones y batracios, lagartos y comadrejas.
Hasta que despertó al tumulto cotidiano, a las luces de neón y al estrépito de los
automóviles. Pensó que era ya lo suficientemente oscuro para que en la arboleda
de la calle Arcos nadie advirtiera sus actos. Sin embargo, multiplicó sus
precauciones, esperó que algún transeúnte se alejara, vigiló la entrada de las
grandes casas de departamentos e iba a proceder al corte de los alambres cuando
le pareció que de una de aquellas casas, como si hubiese estado oculto hasta ese
momento, se alejase rápidamente una corpulenta figura que conocía demasiado
bien.
Quedó paralizado por el miedo.
Si aquella sombra fugitiva era efectivamente la del Dr. Schneider, qué vínculo
existía entre él y R.? Más de una vez había pensado que R. trataba de forzarlo a
entrar en el universo de las tinieblas, a investigarlo, como en otro tiempo con Vidal
Olmos; y que Schneider trataba de impedirlo, o, en caso de permitirlo, de modo
que resultase el castigo largamente preparado.
Luego de un tiempo se calmó y reflexionó que estaba demasiado excitado y que
aquella silueta no tenía por qué ser la del Dr. Schneider, que, por lo demás, no
podía tener ningún interés en mostrarse ante él en caso de haberlo vigilado desde
la oscuridad, como en tantas otras ocasiones.
Cortó el alambre y entró, cuidando de volver la hoja del portón a su lugar.
En la noche de verano, entre nubarrones, la luna iluminaba de cuando en cuando
aquel fúnebre escenario. Con creciente exaltación, avanzó por el parque, devorado
por un monstruoso cáncer: entre las palmeras y magnolias, entre los jazmines y los
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