Test Drive | Page 322

Aires. Y ahora la reemplazaba un par de burdas hojas de chapa. Oxidadas, abolladas, con leyendas que decían VIVA PERÓN, las hojas estaban precariamente unidas por un grueso alambre, a través de dos agujeros improvisados. Buscó una ferretería por la calle Juramento, compró una pinza de corte lateral y una linterna y luego caminó a la espera de la noche. Por Juramento llegó hasta Cuba y entró en la plaza de Belgrano, donde permaneció sentado en un banco, fascinado por la iglesia que iba penetrando más en regiones ocultas de su espíritu a medida que el crepúsculo avanzaba. Empezó a no ver ni oír nada del tumulto que a esa hora reina en esa parte de la ciudad, sintiéndose cada vez más solo. Era un aciago crepúsculo, presidido por deidades ocultas y malignas, recorrido por murciélagos que iniciaban su existencia nocturna, aves de las tinieblas cuyo canto es el chirrido de ratas aladas, mensajeros de las deidades tenebrosas, gelatinosos heraldos del horror y de las pesadillas, secuaces de esa teocracia de las cavernas, de esos soberanos de ratas y comadrejas. Se abandonaba con voluptuosidad a sus visiones, le pareció asistir a la teofanía del máximo monarca de las tinieblas, rodeado de su corte de basiliscos, cucarachas, hurones y batracios, lagartos y comadrejas. Hasta que despertó al tumulto cotidiano, a las luces de neón y al estrépito de los automóviles. Pensó que era ya lo suficientemente oscuro para que en la arboleda de la calle Arcos nadie advirtiera sus actos. Sin embargo, multiplicó sus precauciones, esperó que algún transeúnte se alejara, vigiló la entrada de las grandes casas de departamentos e iba a proceder al corte de los alambres cuando le pareció que de una de aquellas casas, como si hubiese estado oculto hasta ese momento, se alejase rápidamente una corpulenta figura que conocía demasiado bien. Quedó paralizado por el miedo. Si aquella sombra fugitiva era efectivamente la del Dr. Schneider, qué vínculo existía entre él y R.? Más de una vez había pensado que R. trataba de forzarlo a entrar en el universo de las tinieblas, a investigarlo, como en otro tiempo con Vidal Olmos; y que Schneider trataba de impedirlo, o, en caso de permitirlo, de modo que resultase el castigo largamente preparado. Luego de un tiempo se calmó y reflexionó que estaba demasiado excitado y que aquella silueta no tenía por qué ser la del Dr. Schneider, que, por lo demás, no podía tener ningún interés en mostrarse ante él en caso de haberlo vigilado desde la oscuridad, como en tantas otras ocasiones. Cortó el alambre y entró, cuidando de volver la hoja del portón a su lugar. En la noche de verano, entre nubarrones, la luna iluminaba de cuando en cuando aquel fúnebre escenario. Con creciente exaltación, avanzó por el parque, devorado por un monstruoso cáncer: entre las palmeras y magnolias, entre los jazmines y los 322