todo con un correcto corte de pelo tipo ejecutivo conspicuo. Recortó la foto y la
clavó entre las otras de su colección. Separándose un poco, consideró el conjunto
con ojos de experto. Luego miró la pared de enfrente: los leones resplandecían en
su pureza y hermosura.
Se recostó en la cama, después de poner un disco de los Beatles, y se puso a
pensar, mirando el techo.
Nacían ya ensuciando pañales, regurgitando leche (yo le doy todo lo que puedo,
sabe), engordaban (miren qué lindo, limpiándole la baba con el babero), se hacían
grandes, alcanzaban el único momento mágico y verdadero (insensatos y
soñadores, locos) y luego los palos, los consejos y las maestritas los convertían en
una manada de hipócritas (no hay que mentir, niños, no se muerdan las uñas, no
escriban malas palabras en las paredes, no se debe faltar a clase), en una manada
de realistas, trepadores y mezquinos (el ahorro es la base de la fortuna). Sin dejar
un solo momento de comer, defecar y ensuciar todo lo que se toca. Luego los
empleos,
los
regurgitando
casamientos,
leche
ante
la
los
hijos.
mirada
Nuevamente
embobada
del
el
pequeño
monstruo
ex
pequeño
monstruo
regurgitando leche, para que la comedia recomience. Lucha, disputa de los asientos
en los colectivos y en los puestos administrativos, envidia, maledicencia,
satisfacción de sus sentimientos de inferioridad viendo desfilar los tanques de su
patria (se siente fuerte el enanito). Etcétera.
Se levantó y comenzó a caminar. Julia, Julia, oceanchild, calls me. Al llegar a
Mendoza y Conde se sentó en la vereda y miró los árboles contra el crepúsculo: los
nobles, hermosos y callados árboles. Julia, seashell eyes, windy smile, calls me. Esa
japonesa jodida, esa japonesa de mierda ya tenía que arruinar todo. Los trenes
empezaban el transporte del ganado en pie, comenzaba la noche en el gran
hormiguero con la salida de las hormiguitas de sus oficinas, con el numerito todavía
sobre el lomo, después de haber llevado durante siete horas Papeles y Expedientes,
diciendo buenos días señor, con su permiso señor Malvicino, buenas tardes señor
Dolgopol, el señor Loprete que lo quiere ver, agachándose delante de las
hormiguitas inmediatamente superiores, lustrándoles los zapatos, sonriendo ante
sus estupideces, arrastrándose, corriendo luego al subterráneo, viajando como
sardinas en lata, llevándose por delante, pisándose, disputándose bajamente los
asientos, viajando como sardinas en lata, oliéndose, sintiendo la vida como un
interminable viaje en subte y una oficina infinita, con casamiento en el medio y
regalos de planchas y relojes de mesa, y luego el chico, dos chicos (ésta es la foto
del mayorcito, mire qué vivaracho, usted no me va a creer si le cuento lo que le
contestó) y deudas, postergaciones en el Ascenso, generala en el Café, Fóbal y
Carreras el sábado y el domingo, con ravioles hechos por la patrona, jamás he
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