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su angustia, en lugar de atenuarse pareció aumentar pues veía que el crimen se propagaba de día en día a través de su territorio nocturno, con policías e interrogatorios rada vez más apremiantes. Se levantó con pesadez, se lavó la cabeza con agua fría y salió al jardín. Estaba amaneciendo. Los árboles, a diferencia de los hombres, recibían las primeras luces con su apacible nobleza, la de los seres que (suponía) no sufren esa aventura siniestra de todas las noches. Permaneció largo tiempo sentado al borde de un cantero. Hasta que entró en su estudio y se hundió en un sillón, mirando la biblioteca. Pensaba la cantidad de libros que ya no volvería nunca más a leer antes de su muerte. Después, haciendo un esfuerzo, se incorporó y tomó el Diario de Weininger, que había observado desde su sillón. Lo abrió al azar y leyó una palabras de Strindberg, en el prólogo: "Ese hombre extraño y misterioso! Nacido culpable como yo. Porque he venido al mundo con una mala conciencia, con miedo a todo, a los hombres, a la vida. Creo que he cometido algo malo antes de haber nacido". Lo cerró y volvió a hundirse en el sillón. Después de un tiempo se puso nuevamente en cama. Cuando despertó era casi de noche, y tenía apenas el tiempo para la cita con la mujer de LA TENAZA. Cuando la encontró, tuvo una alarmante impresión: en la oscuridad, entre los árboles de la calle Cramer, le pareció ver la fugitiva sombra de Agustina. AL OTRO DÍA, EN LA BIELA Paco le trajo un papel doblado: "Las torres góticas y la torre Eiffel (admajorem hominis gloriem) buscan simbólicamente la vertical, huyen de la tierra femenina, horizontal por