—Por ese asunto. Capá que hablan entre ello, seguro que entre ello se entienden
como nosotro. Si vo so médico y un tipo te dice me duele esto o esto de má allá,
está bien. Podé rumbiá. Pero cómo hace pa rumbiá con un popótamo? O con un
león? Maginate ese rey de la selva tirado, sin fuerza pa mové la cabeza, que te mira
con ojo triste, pidiendo ayuda, confiao en vo. A lo mejó, pudriéndose de cáncer y vo
sin sabé lo que le pasa.
Lentamente, la tarde de otoño se iba convirtiendo en noche, primero en los lugares
más ocultos, en el interior de las casillas de los animales, para ir creciendo luego
hacia lo alto, poco a poco, mientras Nacho se empeñaba en seguir viendo a través
de la reja, adivinando un elefante, y más allá quizá al mismo bisonte que aquel día
Carlucho había contemplado en su experimento, al mismo a quien le había dirigido
aquella pequeña palabra sin respuesta.
PORQUE, QUÉ CLASE DE TERNURA,
qué palabras sabias o amistosas —pensó Bruno que pensaba Sabato—, qué caricias
podían alcanzar el corazón escondido y solitario de aquel ser, lejos de su patria y de
su selva, brutalmente separado de su raza, de su cielo, de sus frescas lagunas? No
era difícil que cavilando en esas penurias Nacho bajara finalmente sus brazos y,
encorvado y pensativo, con las manos en los bolsillos traseros de sus blue-jeans,
pateando distraídamente alguna piedrita, caminara luego por la Avenida del
Libertador. Hacia dónde? Hacia qué soledades, todavía? Y entonces a S. le volvió en
el estómago aquel asco por la literatura, que cada día se le repetía con más fuerza,
y volvió a pensar en lo de Nietzsche: tal vez uno podría llegar a escribir algo
verdadero cuando esa repugnancia por los literatos y sus palabras llegase a un
grado irresistible; pero repugnancia de verdad, de esas que pueden provocar un
vómito a la sola vista de uno de esos cocktails de artistas que hablan de la muerte
mientras se disputan un premio municipal. Y después, a un millón de kilómetros de
todos esos (esos?) seres vanidosos, mezquinos, perversos, sucios, hipócritas,
empezar a respirar aire puro y fresco, estar en condiciones de hablar sin
avergonzarse con un analfabeto como Carlucho, hacer algo con las manos: una
acequia, un pequeño puente. Algo humilde pero limpio y exacto. Algo útil.
Pero como el corazón del hombre es insondable —se decía Bruno—, con ese
pensamiento en su cabeza, el cuerpo de S. se dirigió hacia la calle Cramer, donde
se encontraría con Nora.
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