cómo era posible?), ideas sobre el polvo y la encuadernación. Finalmente volvió a
su sofá, donde se hundió como si pesara el doble o el triple.
Algo en el límite entre Kenya y Etiopía que pareciese un cebú pero que no era un
cebú: siete letras.
— Hablaste mal, sí o no?
S. estalló. Beba, con severidad, le dijo que podía dar detalles, en lugar de gritar. No
parecía un intelectual, parecía un loco.
—Pero quién es el cretino que te vino con ese cuento?
—No es ningún cretino.
—Recién me dijiste que no recordabas quién era.
—Sí, pero ahora me acordé.
—Y quién era?
—No tengo por qué decirlo. Después haces cuestiones.
—Claro, claro, para qué.
Volvió a sumirse en un silencio amargo. Sartre. Siempre lo había defendido,
exactamente lo contrario. Qué significativo que siempre hubiera que defender a los
tipos auténticos. Cuando la rebelión en Hungría, cuando los stalinistas lo acusaban
de ser un pequeño burgués contrarrevolucionario al serviciodelimperialismoyanqui.
Después, contra los maccartistas, que lo acusaban de idiotaútilalserviciodelcomunismointernacional. Y, por supuesto, también homosexual, ya se sabe, puesto
que no pudieron descubrirle parentela judía.
—Pero decime, no te parece que en lugar de perder tanto tiempo en tus rabietas
habría sido mejor que me explicaras lo que dijiste?
—Con qué objeto.
—Ah, te parece que no merezco saberlo.
—Si hubieras tenido tanto interés podías haber ido a la conferencia.
—Tengo a Pipina con diarrea.
—Bueno, basta.
—Cómo, basta? Me importa mucho ese problema.
—Ahora pretendés que te explique en cuatro palabras lo que allí analicé en dos
horas. Y después hablás de frivolidad.
—No pretendo que me expliqués todo. Una idea. La idea fundamental. Y, además,
deberías admitir que en mi cabeza tengo algo más que esas señoras gordas que
pujaron por escucharte.
—Dale, estaba lleno de estudiantes.
—Si no recuerdo mal, un día me dijiste que toda filosofía es el desarrollo de una
intuición central, hasta de una metáfora: panta rei, el río de Heráclito, la esfera de
Parménides. Sí o no?
—Sí.
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