necesario descartarlo. Por el contrario, más bien debía pensar que Schneider de
alguna manera sabía que él iría a Radio Nacional, esperó en la calle hasta que lo
viese (o entreviese) y luego entró. Pero para qué? Para atemorizarlo? De nuevo
comenzaba su gran duda: quién perseguía a quién?
Trató de hacer memoria, pero todo le resultaba confuso. Sí, Mabel se lo había
presentado a André Téleki, y Téleki le había presentado a Schneider. Acababa de
salir EL TÚNEL, de modo que debía de ser por el 48. En aquel momento no le dio
importancia a la pregunta que le hizo sobre Allende: por qué ciego? Parecía una
cuestión inocente.
—Cornudo y ciego —había comentado con aquella risa grosera.
Qué pudo hacer en todos aquellos años, entre el 48 y el 62? No era significativo
que reapareciese en el 62, en el momento de aparecer HÉROES Y TUMBAS? En una
ciudad infinita pueden pasar años sin ver a un conocido. Por qué lo volvió a
encontrar apenas publicada su nueva novela?
Trataba de recordar las palabras del reencuentro: sobre Fernando Vidal Olmos.
Qué, no respondía nada?
—Cómo?
Si había hablado mal de Sartre. Sí o no.
Beba, con su manía disyuntiva y su eterno whisky en la mano, con sus ojitos
inquisitoriales y llameantes.
Mal de Sartre? Y quién le había venido con esa idiotez? No recordaba. Alguien.
Alguien, alguien! Siempre esos enemigos sin cara. Se pregunta por qué todavía
hablaba en público.
Hablaba porque quería.
Por qué no se dejaba de decir macanas? Hablaba por debilidad, porque se lo pedía
un amigo, porque no le gustaba parecer arrogante, porque son pobres muchachos
de un ateneo José Ingenieros de Villa Soldati o de Mataderos, que no se puede
humillar: esos mucha 6