Test Drive | Page 29

qué estaba pensando? Patricio y los Christensen eran imaginarios; cómo ese hombre real podría dirigir o dominar algunas de sus fantasías? Gustavo Christensen. Volvía a pensar que el Nene Costa podía perfectamente ser Gustavo Christensen. Por qué no? Lo había imaginado flaco y el Nene era gordo y fofo. Por qué no? —El Nene Costa —dijo. Beba lo miró con ojos llameantes. Qué había con ese individuo? —Lo vi. Entraba en un café de Las Heras y Ayacucho. Y a ella qué le importaba? Bien sabía que ese sujeto no le interesaba lo más mínimo. Hacía años que le había hecho la cruz. —Te digo. —Lo más mínimo, ya sabés. —Te digo porque me parece que entró a verlo a Schneider. —Qué estás diciendo? Schneider está en el Brasil. No sé cuánto tiempo. —A mí me pareció que entraba en ese café. Además, eran muy amigos. —Quién. —Con el Nene Costa, no? Beba se rió: el Nene amigo de alguien! —Quiero decirte que se veían mucho en aquel tiempo. —Me pregunto quién habrá jodido a quién. —No tienen por qué ser amigos. Pueden ser cómplices. Beba lo miró con extrañeza, pero Sabato no agregó nada más sobre esas palabras. Después de un tiempo, mirando el vaso, preguntó: —Así que en tu opinión Schneider se fue al Brasil. —Eso es lo que dijo Mabel. Todo el mundo lo supo. Se fue con Hedwig. Siempre observando el vaso, Sabato le preguntó si Quique seguía viendo al Nene Costa. —Me imagino. No veo cómo podría privarse de ese gusto. Una especie de tesoro. —Y últimamente no te dijo nada sobre Schneider? Si ha vuelto del Brasil y lo ve al Nene, seguro que Quique lo sabría. No, nunca le había dicho nada. Además, Quique sabía perfectamente que no le gustaba que le recordaran al Nene. Sabato quedó más angustiado que antes, porque todo eso le probaba que si aquel hombre había vuelto de Brasil o de donde fuese, ese retorno no era público sino reservado. Estaban entonces sus contactos con Costa vinculados al problema que lo ensombrecía? Parecía a primera vista absurdo imaginar al frívolo de Costa en una combinación de ese género, pero no resultaba descabellado en cuanto se pensaba en su vertiente demoníaca. Pero por qué se veían en un bar céntrico, en ese caso? Bien, él, Sabato, no iba nunca por ese café. Podía haber sido una casualidad. Una casualidad semejante? No, era 29