meditada fuese tomada a la ligera. Claro que a veces hacía bromas. Pero cuando se
hablaba en serio lo enfurecía que no se entendiera que se estaba hablando en
serio.
Mucha amargura le produjo lo de los hipopótamos, y durante varios días estuvo
resentido: permanecía en silencio o respondía con monosílabos.
Hasta que cuando todo hubo pasado y pudieron conversar amistosamente sobre
infinidad de temas, Nacho volvió a la carga, pero en general. Zoológico, esas cosas.
—Si yo sería gobierno —dictaminó Carlucho— prohibiría lo zoológico. Ai tené.
—Por qué. Carlucho. A mí me gusta ir al zoológico. Me gusta ver a los animales. A
vos no, acaso?
—No, señor. No me gusta nada. No me gusta nada. Te soy sincero, pibe: si yo sería
gobierno no sólo prohibía lo zoológico. Pondería preso a eso tipo que van en el
África a garrá animale salvaje.
Nacho lo miró extrañado.
—Te llama la atención, eh?
Se levantó para despachar cigarrillos y volvió a sentarse en la sillita enana.
—Así é la cosa —afirmó sentenciosamente—. Pondería preso a todo eso canalla. A
vé si le gustaba está entre reja, como lo leone o lo tigre.
Se volvió hacia Nacho.
—A vo te gustaría está en una jaula?
Nacho lo miró sorprendido.
—A mí? Claro que no.
Carlucho se levantó con energía y con su cara radiante, señalándolo con el índice,
como el fiscal en una acusación, exclamó:
—Ai está! Vé? Vé cómo son la cosa? Te agarré inflagante, ái tené!
Se volvió a sentar, se calmó, chupó el mate y se quedó pensativo, mirando hacia el
techito verdoso.
—Así é el mundo, la gran puta.
De pronto se volvió hecho una furia.
— Decime, Nacho, y si a vo no te gusta estar a una jaula, cómo queré que le guste
a un león o a un tigre? Eh? Bicho que pa colmo está acostumbrado a la selva, a
andar libre y recorré el mundo entero. Eh?
Nacho se quedó en silencio.
—Testoy hablando, Nacho! —insistió con energía.
—Sí, Carlucho, es cierto.
Carlucho empezó a calmarse, pero permaneció en su sillita largo tiempo sin hablar.
Vinieron después varios clientes.
—Cigarrillo, cigarrillo! Dale que va: también pondería a la cárcel a lo fabricante de
cigarrillo. Todo é un negocio. A lo treinta año, cuando mi viejo tenía treinta año, el
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