peligrosísimo y la menor palabra equivocada podía desencadenar una gran
catástrofe.
—Yo no dije que los hipopótamos fueran malos —se atrevió a murmurar, sin dejar
de vigilar la cara de su amigo.
Carlucho lo escuchó observándolo inquisitivamente.
—Saltaste como leche hervida —comentó.
—Yo?
—Sí, vo. Ahora me va a negá que saltaste como leche hervida.
—Yo no salté nada. Pensé que más bien te podía haber gustado otro animal. Nada
más.
La calma helada de Carlucho: no estaba satisfecho, allí había gato encerrado.
—Ahora vo me va decí qué tienen de malo lo popótamo.
Nacho midió el peligro. Si negaba totalmente cualquier mala intención, cualquier
hecho negativo, Carlucho iba a sospechar que estaba mintiendo. Intuyó que era
preferible decir parte de lo malo.
—Y yo qué sé —comentó—. Son animales bastante feos.
—Ta bien. Qué má. No me va a salí ahora que porque son fiero no son animale de
primé orden.
—Creo que son bastante sonsos, además.
Carlucho lo escrutó con severidad.
—Sonso? Y quién te dijo que son sonso?
—Y... no sé... me parece...
—Me parece, me parece! Así que porque a vo te parece resulta que lo popótamo
son sonso?
Nacho lo controló, como alguien delante de una granada que no se sabe si todavía
puede estallar. Trató de calmarlo.
—Bueno, quién sabe, a lo mejor no es así... qué sé yo...
—A lo mejó é así! Cuándo aprenderá vo a sé juicioso y a no decí macana tra
macana!
Despachó unos cigarrillos, acomodó el resto de la impecable armada y se sentó.
Nacho sabía que era mejor dejar que se calmara lentamente y no volver a
comentar nunca más nada sobre los hipopótamos. Cuántas veces habían quedado
en el misterio más profundo aseveraciones de Carlucho sobre el dinero o los
acorazados, sobre las modas femeninas o las tortas con grasa. Dejó pasar mucho
tiempo antes de volver sobre el tema de los animales. Carlucho era como esos
poderosos ríos de llanura, lentos y aparentemente calmos, con aguas que parecen
no moverse, pero que tienen peligrosísimos remolinos donde el que se arriesga se
hunde y pierde la vida. Para no hablar de la furiosa fuerza que tienen cuando
vienen las tormentas y las crecientes. Carlucho detestaba que una afirmación muy
305