desechos, navegando constantemente entre envases plásticos, botellas de vidrio,
latas y manchas de petróleo. No se trataba de los desperdicios tradicionales, que
terminaban transformándose en otras formas útiles de vida orgánica, sino de los
materiales sintéticos que no forman parte de la evolución de la naturaleza. No
tenemos ninguna pauta de hacia dónde queremos ir, pero seguimos fabricando,
concluyó con tono sombrío.
New Y o rk , A.F.P. — El soldado Arnold W. McGill, acusado de genocidio, declaró que
no sabe por qué se hace tanta alharaca con lo de la aldea vietnamita, cuando ese
procedimiento se ha seguido regularmente, como lo saben perfectamente los
generales que han conducido el Pentágono. Yo no he hecho otra cosa que obedecer
órdenes que venían del capitán Medina, dijo. Y agregó: por otra parte se trataba de
una aldea que nos venía molestando en toda forma.
Bromwich, U.P. — Bill Corbet declaró ante el juez que desde hace 7 años no dirige
la palabra a su esposa, aunque viven bajo el mismo techo. En la corte local, la
señora Corbet confirmó el hecho: "Hace muchos años que no nos hablamos.
Cuando uno entra en el cuarto, el otro sale. Pero nos encontramos muy poco,
algunas veces en la escalera o en la puerta del baño". Agregó que hasta hace un
tiempo le preparaba la comida, se la dejaba en la mesa y le dejaba mensajes
escritos: la sopa ya tiene sal, el guiso está recalentado. Ese tipo de informes. Pero
últimamente también ha cesado ese género de comunicación.
Tokio, A.F.P. — En la mañana del bombardeo de Hiroshima —relata el señor Yasuo
Yamamoto— iba en bicicleta cuando oí ruido de aeroplanos. Pero no presté
atención, porque en aquellos días estábamos habituados. Dos minutos más tarde vi
levantarse una gigantesca columna de fuego en medio de terroríficas explosiones,
como el estampido de mil truenos a la vez. Mi bicicleta fue arrojada al aire y yo caí
detrás de una pared. Cuando pude trepar, vi una horrenda confusión, sentí una
enloquecida gritería de chicos y mujeres, así como alaridos de personas
seguramente malheridas o moribundas. Corrí hacia mi casa, advirtiendo en el
trayecto gentes apretándose grandes heridas, otros cubiertos de sangre, la mayor
parte quemados. Todos mostraban el pavor más grande que yo he visto en mi vida,
y el sufrimiento más grande concebible. Más allá de la estación se veía un mar de
fuego y todas las casas destruidas. Me angustiaba pensar en mi único hijo Masumi
y en mi mujer. Cuando por fin logré llegar, entre escombros e incendios, hasta lo
que había sido mi casa, no había más paredes y el piso estaba inclinado como por
un terremoto, con pilas de vidrios rotos y fragmentos de puertas y cielorrasos. Mi
esposa, herida, clamaba por nuestro hijo, que había salido para hacer un pequeño
299