Test Drive | Page 300

mandado. Lo buscamos por todos lados, en la dirección donde había ido, hasta que oímos por ahí a un ser desnudo, casi sin piel, con el pelo también quemado, que gemía en el suelo, casi ya sin fuerzas siquiera para contraerse. Con horror, le preguntamos quién era, y con voz apenas comprensible el desdichado murmuró con una voz extrañísima Masumi Yamamoto. Lo pusimos sobre una tabla, resto de una puerta, con infinito cuidado, porque era una llaga viva, y lo llevamos hasta algún lugar de auxilio. Unas diez cuadras más allá advertimos una larga fila de heridos y quemados que esperaban ser atendidos por médicos y enfermeras, también heridos. Pensando que nuestro niño no aguantaría más, rogamos a un médico militar que al menos nos diera algo para aliviar sus dolores. Nos dio aceite para cubrirlo y así lo hicimos. El chico nos preguntó si iba a morir. Con fuerza le dijimos que no, que pronto se curaría. Quisimos llevarlo de nuevo a nuestra casa pero nos dijo que, por favor, no lo movieran de donde estaba. Al oscurecer se tranquilizó un poco, pero pedía agua constantemente. Y aunque no sabíamos si podía empeorarlo, se la dábamos. Por momentos deliraba y sus palabras no se entendían. Después de un tiempo pareció recobrar el sentido y nos preguntó si era cierto que había un cielo. Mi esposa estaba trastornada y no atinó a responder, pero yo le dije que sí, que había cielo, un lugar muy lindo donde nunca había guerras. Escuchó estas palabras atentamente y pareció que se tranquilizaba. "Entonces, es mejor que me muera", murmuró. Ya no podía casi respirar, su pecho se alzaba y bajaba como un fuelle, mientras mi mujer lloraba en silencio para que él no la oyera. Después, nuestro hijo empezó de nuevo a desvariar y ya no pidió más agua. A los pocos minutos, felizmente, dejó de respirar. Carta del señor Lippmann, de Eureka, Colorado, dirigida al Secretario General de las Naciones Unidas, publicada en el NEW YORK TIMES: Estimado Señor: Le escribo para comunicarle que he decidido renunciar como miembro de la raza humana. Por consiguiente, pueden ustedes prescindir de mí en los tratados o debates que esa Sociedad realice en el futuro. Saludo a usted con atención. Cornelius W. Lippmann. DE ENTRE LOS RECORTES 300