Test Drive | Page 293

Pensaba: Schneider, al verlo salir de Radio Nacional, entró precipitadamente en el café, pero no con la suficiente rapidez como para que no lo identificara. Sin embargo, conociéndolo, era también imaginable que todo estuviera previsto con astucia: lo había seguido y luego esperado en la esquina, para entrar en el bar con rebuscada precipitación, pero en realidad con el tiempo indispensable para que S. lo reconociera. El hecho de que después llegara el Nene Costa agravaba el episodio, porque sabían que él iría por Radio Nacional. Cómo? Luego —seguía cavilando—, Schneider calculó que S. iría a husmear por la quinta de Costa y otra vez por LA TENAZA. Manda entonces a esa mujer como carnada y espera el próximo paso, el que acababa de dar. Claro, era un conjunto de suposiciones que podía responder a una verdad pero también a un conjunto de coincidencias. Era posible que Schneider no lo hubiera seguido, que estuviese en aquella esquina por motivos equis y que realmente hubiese querido rehuir su encuentro. Sin embargo, esa noche no pudo dormir. Y, cosa curiosa, volvía a su imaginación el crimen de Calsen Paz. Pero los detalles cambiaban. Bajo la dirección o vigilancia de un Schneider no ya grosero sino siniestramente severo, Calsen se convertía en Costa, la pobre chica de barrio se convertía en la mujer de LA TENAZA, hermana y amante de Costa. Mientras que Patricio, ambiguamente, asistía al momento en que Costa clavaba la lezna primero en los ojos del muchacho amarrado y luego en el corazón, revolviendo la lezna con mecánica perversión. AL OTRO DÍA, A LA MISMA HORA volvió a LA TENAZA, porque pensó que si ella quería encontrarse con él haría lo mismo. Pero quiso estar seguro, para lo cual se semiocultó en la puerta de una casa de departamentos. Cuando la vio venir tuvo la impresión de que había estudiado baile; pero además de lo que podía haberle conferido ese aprendizaje, se advertía algo que no se aprende y todos los negros tienen: se movía con lentitud, con un ritmo que precisamente recordaba al de los negros, aunque nada en su cara ni en su piel permitía suponerlo. Era más bien alta, llevaba anteojos muy oscuros, una minifalda violeta con una blusa negra. Entró en el bar, permaneció cosa de una hora y luego salió. Vacilaba en sus movimientos, miró en diferentes direcciones, hasta que se fue por Ayacucho hacia la Recoleta. 293