Pensaba: Schneider, al verlo salir de Radio Nacional, entró precipitadamente en el
café, pero no con la suficiente rapidez como para que no lo identificara. Sin
embargo, conociéndolo, era también imaginable que todo estuviera previsto con
astucia: lo había seguido y luego esperado en la esquina, para entrar en el bar con
rebuscada precipitación, pero en realidad con el tiempo indispensable para que S. lo
reconociera. El hecho de que después llegara el Nene Costa agravaba el episodio,
porque sabían que él iría por Radio Nacional. Cómo?
Luego —seguía cavilando—, Schneider calculó que S. iría a husmear por la quinta
de Costa y otra vez por LA TENAZA. Manda entonces a esa mujer como carnada y
espera el próximo paso, el que acababa de dar.
Claro, era un conjunto de suposiciones que podía responder a una verdad pero
también a un conjunto de coincidencias. Era posible que Schneider no lo hubiera
seguido, que estuviese en aquella esquina por motivos equis y que realmente
hubiese querido rehuir su encuentro.
Sin embargo, esa noche no pudo dormir. Y, cosa curiosa, volvía a su imaginación el
crimen de Calsen Paz. Pero los detalles cambiaban. Bajo la dirección o vigilancia de
un Schneider no ya grosero sino siniestramente severo, Calsen se convertía en
Costa, la pobre chica de barrio se convertía en la mujer de LA TENAZA, hermana y
amante de Costa. Mientras que Patricio, ambiguamente, asistía al momento en que
Costa clavaba la lezna primero en los ojos del muchacho amarrado y luego en el
corazón, revolviendo la lezna con mecánica perversión.
AL OTRO DÍA, A LA MISMA HORA
volvió a LA TENAZA, porque pensó que si ella quería encontrarse con él haría lo
mismo. Pero quiso estar seguro, para lo cual se semiocultó en la puerta de una
casa de departamentos. Cuando la vio venir tuvo la impresión de que había
estudiado baile; pero además de lo que podía haberle conferido ese aprendizaje, se
advertía algo que no se aprende y todos los negros tienen: se movía con lentitud,
con un ritmo que precisamente recordaba al de los negros, aunque nada en su cara
ni en su piel permitía suponerlo. Era más bien alta, llevaba anteojos muy oscuros,
una minifalda violeta con una blusa negra.
Entró en el bar, permaneció cosa de una hora y luego salió. Vacilaba en sus
movimientos, miró en diferentes direcciones, hasta que se fue por Ayacucho hacia
la Recoleta.
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