Test Drive | Page 267

faciales, había una segunda capa, que apenas era perceptible, pero que sin embargo podía ser advertida por un observador que lo conociera a fondo, de irónica complacencia, de preguntas a sí mismo del género de "estará sobre la pista"? o "cómo puede ser tan candoroso"?, pensando, seguramente, en la ingenuidad que suponía llegarse hasta Maschwitz, en un convencional fin de semana con sol y pileta, para averiguar algo sobre Schneider. Preguntas que, por supuesto, eran suposiciones de Sabato y que, por lo tanto, podían o no ser verdaderamente reales; de modo que aquel acomodamiento de músculos en la segunda capa, que sin duda existía (porque debajo de la sonrisa mundana no podía haber sino sentimientos de ironía o hasta de resentimiento u odio), no necesariamente era producido por la presencia de Schneider en Buenos Aires, hipótesis que por el momento no pasaba de ser más que eso, una mera hipótesis; y que justamente S. trataba de confirmar husmeando en la quinta, hablando como estaba haciéndolo con ese individuo que detestaba, hasta tomando nota de sus negativas: —Schneider? Arrugaba la frente en aquella forma interrogativa que le era peculiar. Forma que no sólo usaba para preguntar o para escuchar algo que lo intrigaba sino también para hacer afirmaciones como "No me parece que Lenin haya sido un revolucionario". Afirmaciones que le creaban aquel halo de misteriosa sagacidad, porque las pronunciaba sin fundamentos, como algo tan evidente que no merecía discusión; pero que dichas con aquella manera casi interrogativa en sus arrugas parecían quitarle elegantemente tono autoritario o taxativo, quedando como propuestas para alguna discusión futura, que nunca luego se realizaba. No, Schneider seguramente seguía en el Brasil, hacía años que no lo veía. Y en cuanto a Hedwig, la menor idea. Pero sin duda seguiría a su lado, es decir en alguna parte del Brasil. ENTONCES, CHICAS la chirusita autodenominada Elizabeth Lynch bajó de un coche sport en compañía de un ejecutivo pelo canoso, precipitándose en los brazos de Sergio Renán, que no sabía dónde meterse, pobre querido, con sus ojos soñadores. La persecución del papelito en la Tevé, no sé chicas si me explico. Ustedes ignoran quién es Elizabeth Lynch porque no leen con cuidado RADIOLANDIA, excelente revista del ambiente, en que gano unos mendrugos suplementarios, histoire de boucler le budget, qué tal 267