desprendiéndose del portaviones, el hombre en busca del ser. Dejará el tendal de
locos, pulverizará la moral, romperá todo. El conocimiento de la Verdad es el
acontecimiento de este siglo, no los viajes a la Luna, como piensan los giles. No sé
por qué fui uno de los señalados. Podría haber sido un vago, meterle al escabio,
escribir novelas de amor, tal vez ganar fama y guita. Sin embargo, voy a cantar.
Desde chico me destaqué en el armado de rompecabezas. Inclinaciones para el
trabajo no tuve muchas. Pero cada vez que había que armar algo, desentrañar un
lío, ahí estaba el infrascripto.
La Verdad ya estaba en el mundo, servidita pero desunida. Cada filósofo dijo una
porción. Había que armarla, no agregar conocimientos. Por eso fracasaron los
sabios actuales: cuanto más sabio, más oscuro y más mezcla ve. Yo tuve la
desgraciada suerte de armar la Verdad porque no sé casi nada de nada. Y como no
tengo profesores a quienes dejar mal, soy un completo irresponsable.
TODA ESA NOCHE SABATO MEDITÓ
y a la mañana, cuando empezó a clarear, había logrado vencer todos los temores
que hasta ese momento lo habían detenido: buscaría a Schneider donde estuviese.
Por de pronto tenía una pista: la quinta del Nene Costa.
Miró el almanaque: faltaban aún dos días para el domingo. Salió a la calle, el cielo
era claro, el aire era seco. Cortó un papelito, lo levantó y lo dejó caer: el viento era
del norte. Calculó que en dos días haría más calor pero que difícilmente se nublase
ni hubiera lluvia. Un día de sol, en febrero: estarían todos en la pileta. La decisión
lo tranquilizó y empezó a sentir una especie de fuerza que había perdido de tanto
cavilar y mirar hacia atrás.
COSTA LO MIRABA
en aquella forma característica, con la cabeza medio inclinada hacia abajo y un
costado, con su sonrisa de superficie que componía una capa externa de
diplomática amabilidad, debajo de la cual, gracias al dominio de sus músculos
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