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—No, cualquiera. Cualquier idioma. Con tal que se les hable con precisión y paciencia. —Digo, porque el alemán o el ruso deben de resultar más difíciles que el castellano. Sobre todo para una gallina, disons. —Nada de eso, señor. Es admirable, le digo que es admirable cómo es capaz de responder un can o una gallina. —Entonces no se presentan problemas con las declinaciones del alemán o del ruso? Le insisto, Profesor, no porque ponga en duda sus notables investigaciones sino porque yo mismo, cuando mi madre me obligaba a aprender el alemán, tenía muchos problemas con el acusativo o el dativo. Y del ruso, por lo que me han dicho, n'en parlons pas. —Ninguna clase de problemas, señor. Es cuestión de paciencia, de aplicarse con cariño y tenacidad. Los que utilizan silbidos, interjecciones y sonidos guturales porque creen que los animales no les entenderían un lenguaje correcto cometen un grave error. Aparte de que tenemos el deber de elevar a nuestros hermanos inferiores mediante nuestro más elevado instrumento, que es el lenguaje. Usted educaría a sus niños con interjecciones y silbidos? —No. —Ya ve. Lo mismo con los hermanos inferiores. El reino animal constituye un arcano profundo velado por el Divino Creador. Y nosotros presentimos que este reino es tan sagrado que inmolar a los seres que lo componen es un crimen, una inmoralidad, un monstruoso acto, un atentado contra la ley natural de la convivencia terrestre y su finalidad evolutiva. Qué pensaríamos de un monstruo que se comiese a los niños que no pueden todavía hablar? Agregaré que mientras la carne embota la conciencia, como ya les expliqué, los vegetales la sensibilizan. —Alguna verdura en especial, Profesor? Le digo porque yo soy muy afecto a la lechuga. —A la lechuga? Excelente, señor. Pero no hay excepciones, cualquier clase de vegetales: lechugas, claro está, pero también espinacas , rabanitos, zanahorias. Todo es bueno para sensibilizar nuestras conciencias. Observe a los animales herbívoros, como el caballo o la vaca: son mansos por naturaleza. —Los toros también, Profesor? Digo, por eso de las corridas. —Por supuesto, también los toros. Sólo por esa clase de salvajismo un animal noble y pacífico puede ser llevado a esas atrocidades. Deberíamos avergonzarnos de que la raza humana pueda llegar a es o s extremos de crueldad y de salvajismo. No son los toros los malos, créame, sino los españoles que asisten y fomentan esos crímenes. Le repito, todos los animales herbívoros son pacíficos. Compare un caballo con un tigre o con un buitre. La carne pervierte los sentidos y hace agresivos a los seres que la consumen. 261