llegar a ser irreconocible: ya Dora Forte no era una pobrecita belleza de barrio sino
una chica sofisticada. Y Patricio era jefe de la banda, primero amante de la chica y
después su hermano, quizá también su amante. Abortó. Años después, siempre
bajo el acosamiento de R., escribió HÉROES Y TUMBAS, donde Patricio se convertía
en Fernando Vidal Olmos, la chica primero en su hermana y luego en su hija
natural, ya sin nada que ver con los Calsen ni con aquel crimen amarillento.
Y ahora, una vez más, comenzaba a internarse en el fétido laberint o de incestos y
crímenes, laberinto que iba hundiéndose paulatinamente en el pantano del que
creía haber salido por obra de los inocentes exorcismos de costureras y plomeros.
Desde las tinieblas, veía cómo le hacían sarcásticas señas con sus garras, hasta que
una vez más se iba ahogando en la confusión y el desaliento, en las culpables
fantasías, en el secreto vicio de imaginar pasiones infernales.
Habían resurgido los conocidos monstruos, con la misma imprecisión de las
pesadillas, pero también con su misma potencia, encabezados por la ambigua
figura de costumbre, que desde la oscuridad lo observaba con sus ojos verdosos,
con su mirada de nictálope, la expresión de una nocturna ave de rapiña.
Hipnotizado por su reaparición, se fue adormeciendo en el seno de aquella ominosa
familia, como bajo los efectos de una droga maligna. Y cuando horas más tarde
volvió a la conciencia, ya no era más el hombre que días antes se había levantado
con optimismo.
Comenzó a dar vueltas, quiso distraerse, hojeó una revista. Ahí estaba, para colmo,
la cara de aquel bicho, con esa sonrisa de hombre franco que mira con los ojos muy
abiertos, dispuesto a comprender y ayudar; mientras debajo, como el técnico en
claves descifra el auténtico mensaje en una carta rosa, veía surgir los verdaderos
rasgos de innoble y vieja puta, de mentirosa e hipócrita puta. Qué estaba
declarando sobre el Premio Municipal?
Qué asco, qué tristeza. Se sintió avergonzado: al fin y al cabo también él
pertenecía a esa abominable raza.
Se recostó y una vez más se entregó a la fantasía de siempre: abandonar la
literatura y poner un tallercito en algún barrio desconocido de Buenos Aires. Barrio
desconocido de Buenos Aires? Qué risa, por favor, qué callejón sin salida. Y para
colmo malhumorado por haber hablado en la Alliance, por haber sufrido durante
dos horas, y luego toda la noche, como si se hubiese desnudado en público para
mostrar sus pústulas, y para mayor bochorno ante muchas personas frívolas.
De nuevo empezó a ver todo negro, y la novela, la famosa novela, le parecía inútil
y deprimente. Qué sentido tenía escribir una ficción más? Las había hecho en dos
momentos cruciales, o por lo menos eran las dos únicas que se había decidido a
publicar, sin saber bien por qué. Pero ahora sentía que necesitaba algo distinto,
algo que era como ficción a la segunda potencia. Sí, algo lo presionaba. Pero qué
26