inglés, cada vez más viejo y encorvado, vendiendo sus ballenitas, hasta
desaparecer para siempre. Para siempre? Muerto? En qué reducto? Sí, también
esos marinos querían saber qué había querido decir con ese Informe sobre Ciegos.
Y cuando les respondía que no le era posible agregar algo más a lo que había
escrito allí, se quedaban desconformes y lo miraban como a un mistificador.
Porque, cómo el propio autor puede ignorar ciertas cosas? Era inútil que les
explicara
que
algunas
realidades
sólo
pueden
expresarse
con
símbolos
inexplicables, como el que sueña no comprende lo que sus pesadillas significan.
Examinaba las carpetas y sentía la ridiculez de su minuciosidad: como la de un
relojero loco que trabajara con meticulosa paciencia en un reloj que finalmente
marcará las tres y doce minutos al mediodía. Estudiaba una vez más las noticias
amarillentas, las fotos, las tortuosas declaraciones, las acusaciones mutuas: si fue
el propio Calsen que clavó y revolvió la lezna en el corazón del chico amarrado, si
fue Godas bajo sus órdenes, si aquella Dora Forte de 18 años era amante o no de
Calsen, si éste era o no homosexual. Sea como fuere, Dora seducía al turquito Sale,
se lo llevaba a Calsen, lo hacía ingresar en la banda y finalmente simulaban el
secuestro (eso era lo que Sale creyó) para extorsionar al viejo. Y cuando más tarde
lo atan y le meten un trapo en la boca, comprende recién que lo asesinarán de
verdad. Con ojos alucinados mira la escena de pesadilla, mientras oye la seca orden
de Calsen de iniciar la fosa en el terreno de atrás. Luego firma la carta que ya
tenían preparada. Sabato se preguntó por qué esa carta no estaba ya firmada por
el turquito, puesto que él creía que era un secuestro simulado; y por qué ahora la
firmaba, si veía que de cualquier modo lo matarían. Pero tal vez los crímenes reales
ofrecen siempre esas burdas incoherencias. Dos detalles que describen el irónico
sadismo de Calsen: la carta la mantuvo oculta hasta ese momento detrás de una
reproducción del ÁNGELUS de Millet, y el dinero debía ser entregado en el atrio de
la iglesia de la Piedad. Qué tipo. Miró de nuevo su fotografía y, aunque su rostro
duro nada tenía en común, pensó en el Nene Costa.
Mientras releía las declaraciones, todo empezaba a derivar en su mente: las fotos
iban cambiando sus rasgos, lenta pero inevitablemente comenzaban a configurar
otros rostros que lo obsesionaban, y particularmente el odiado rostro de R., que
parecía juzgar como perverso perito los errores de aquellos criminales de pacotilla.
R., siempre detrás, en la oscuridad. Y él siempre obsesionado con la idea de
exorcizarlo, escribiendo una novela en que ese sujeto fuese el personaje principal.
Ya en aquel París de 1938, cuando se le reapareció, cuando trastornó su vida. Con
aquel abortado proyecto: MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO. Nunca había tenido el
coraje de hablarle de él a M., siempre le habló de un personaje así y así, una
especie de anarquista reaccionario, alguien al que llamaría Patricio Duggan. Aquella
ficción partía del crimen de Calsen, pero fue siendo alterada poco a poco hasta
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