Se mantuvieron durante un segundo en silencio absoluto, un segundo que le
pareció inquietante. De pronto tuvo la intuición de lo que aquel hombre pensaba,
pero se cuidó de declararlo. Por el contrario, esperó su comentario como si con total
ingenuidad se preguntase qué podía haber encontrado Schnitzler de "muy curioso".
Sus palabras llegaron con seca precisión. Y, aunque esperadas ya, le produjeron un
escalofrío:
—Los Ciegos, doctor.
Lo dijo mirándolo a los ojos.
Por qué diablos había accedido a verlo? Y para colmo en su propio departamento.
Concluyó: porque le tenía miedo, por algo que sutilmente emanaba de sus cartas.
Qué se proponía con aquella insistencia en verlo? De cualquier manera había sido
preferible enfrentar el peligro, sondear los escollos invisibles, medirlos, levantar la
cartografía. Fue una indagación vertiginosa, mientras el otro mantenía sus ojitos
sobre sus ojos. Tuvo una repentina iluminación sobre aquella mujer de la bandeja.
Por qué no se mostraba?
—Pero usted es casado, no, doctor Schnitzler?
Durante mucho tiempo después de esa primera entrevista se preguntó qué quiso
significar con aquel "pero". El profesor se puso serio, pareció calcular la posición del
enemigo. Luego respondió con un murmullo afirmativo, controlando las reacciones
del otro.
Con seguridad, el "pero" lo puso en guardia, ya que no había habido ninguna frase
de ninguno de los dos que lo justificase. Eso le habría revelado (pensó Sabato) que
mi mente trabaja en dos planos: el superficial del diálogo y otro más profundo y
secreto. Y como un caballo sensible se detiene erizado en un pajonal cuando intuye
la presencia de algo extraño por ahí, invisible, Schnitzler se sobresaltó, hasta el
punto de no poder mantener la permanente sonrisa con que ocultaba sus
intenciones.
—Sí, soy casado —dijo como disculpándose.
Y en seguida volvió la sonrisa, mientras buscaba en la biblioteca el libro de un
profesor de Oxford.
Ahí tenía: el problema de la mano derecha, esto y aquello.
Sabato asentía mecánicamente, pero su cerebro seguía pensando con rapidez: el
departamento era una miniatura, allí no podía vivir más que el hombre con su
mujer, ciertas citas revelaban que odiaba a las mujeres o que, en el mejor de los
casos, las desdeñaba con ironía satánica. Lo que no alcanzaba a esclarecer por qué
se sentía alarmado por el aplauso de Schnitzler, ya que confirmaba con varios libros
ideas de HOMBRES Y ENGRANAJES sobre la civilización abstracta, aunque llegase a
extremos que él no compartía. De todos modos, su instinto le advertía que más
bien estaba ante un enemigo que ante un aliado.
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