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demasiado pesada. Esperé con ansiedad la aparición de don Díaz en la vereda, como todas las mañanas, y entonces le pedí que me ayudara. La sacamos a la calle, luego él buscó una soga en su casa, la ató convenientemente para poder llevarla sobre sus espaldas y me dijo que lo dejara solo, que él la llevaría a alguna parte. Dónde? Nunca lo quise saber. Y, cosa extraña, tampoco Díaz me lo comentó. Sabato se quedó mirando a Bruno, como preguntándole qué le parecía. —Muy extraño, efectivamente —comentó, después de sostener su mirada durante unos instantes. —No es cierto? Se quedó absorto, pensando. Castel y la venganza de la Secta. En cuanto lo comprendió, Fernando quedó aterrado y decidió poner océanos de por medio. Pero en aquel complicado periplo no logró otra cosa que encontrarse de nuevo con su destino. Lo curioso es que por momentos lo prevé, y sin embargo no deja de correr. También él querría rehuir su destino, pero esa fuerza equívoca lo obligaba a hundirse cada día más en lo mismo que deseaba rehuir. Sí, muchas veces pensó en abandonarlo todo, en poner un tallercito mecánico en un barrio desconocido, quizá dejándose crecer la barba. Y cuanto más acorralado se sentía, con mayor melancolía acariciaba esa posibilidad disparatada. Ése es el verbo: acariciar. Ahora intuía que en estas páginas culminaba todo. Y aunque no sabía qué es lo que exactamente culminaba, tenía desde ya la certeza de la venganza. Sin embargo: le interesaba tanto la vida! Querría escribir sobre tantas cosas! Y en cierto modo podría hacerlo, siempre que no se tratase más que de simples ideas. Las Fuerzas no temen a las ideas, los Dioses ni se molestan. Los sueños, las oscuras imaginaciones, eso es lo que tem en. —Y ahora este doctor Schnitzler —dijo de pronto. —Cómo? No se llama Schneider? —No, estoy hablando de otra persona. Un profesor, un bicho raro, demasiado raro. Me manda unas cartas. —Cartas? —Sí, cartas. —Amenazas? —No, nada de eso. Es un profesor. Me empezó escribiendo a propósito de unas ideas mías sobre el sexo. Buscó en un bolsillo. —Vea, aquí tiene la última. En el piano, querido doctor, los tonos bajos (oscuros) se hallan a la izquierda. Los altos o claros, a la derecha. La mano derecha toca la parte racional, la 249