Test Drive | Page 241

desaparecer con su figura menuda, con sus pasitos. "La maltrato demasiado", pensé. De entrada, no más, le había probado la mediocridad de Madame Curie, y casi lloró. Me prometí demostrarle al día siguiente que esa mujer había sido un genio. Volví a sacar el tubo acorazado del actinium y lo coloqué sobre mi mesa de trabajo. Los ojos irritados por el sueño me molestaban, y la luz me hería más que de costumbre. Apagué la luz y permanecí en la soledad del Laboratorio silencioso, apenas iluminado por la mortecina luminosidad que llegaba desde un cuarto vecino. Me levanté, me acerqué a la ventana y miré hacia la calle Pierre Curie. Había comenzado a lloviznar. Una vez más comenzaba a oprimirme melancólica la angustia de siempre. Volví a mi asiento y mis ojos se fijaron en el tubo de plomo que encerraba el temible actinium. Me fui adormeciendo insensiblemente: el rostro de Citronenbaum, con una mirada indescifrable pero demoníaca, me despertó sobresaltado. Mis ojos volvieron a detenerse en el tubo de plomo que de alguna manera estaba vinculado con mi angustia. Era de aspecto tan neutro. Y no obstante en su interior se producían furiosos cataclismos en miniatura, invisibles y microcósmicas miniaturas del Apocalipsis sobre el que me había hablado Molinelli, y que enigmáticos profetas, de manera directa o sibilina, anunciaron a lo largo de siglos. Pensé que si de alguna manera pudiera achicarme hasta el punto de ser un liliputiense habitante de aquellos átomos allí encerrados en su inexpugnable prisión de plomo, si de ese modo uno de aquellos infinitesimales universos se convirtiese en mi propio sistema solar, yo estaría asistiendo en ese momento, poseído por un pavor sagrado, a catástrofes terroríficas, a infernales rayos de horror y de muerte. Ahora, después de treinta años, vuelven a mi memoria esos días de París, cuando la historia ha cumplido parte de los funestos vaticinios. El 6 de agosto de 1944, los norteamericanos prefiguraron el horror final en Hiroshima. El 6 de agosto. El día de la Luz, de la Transfiguración de Cristo en el Monte Tabor! Pobre Molinelli: vocero grotesco de verdades superiores a su vida y a su apariencia, intermediario casi risible entre los dioses de las tinieblas y los hombres. "Urano y Plutón son los mensajeros de los Nuevos Tiempos: actuarán como volcanes en erupción, señalarán el límite entre las dos Eras" me decía, mirándome fijamente. Y tenga presente que esos anuncios fueron hechos en 1938, cuando ignorábamos que los átomos de uranio y plutonio serían las chispas de la catástrofe. Basta, prefiero no seguir recordando una época tan angustiosa. El viernes, cuando nos encontremos, prefiero hablar de lo que me pasa ahora. 241