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Yo iba al atelier de D. para trabajar (le ruego dé a este verbo su acepción más grotesca) en aquella broma que bauticé con el nombre de litocronismo, y de la que más tarde Breton se iba a ocupar en el último número de MINOTAURE. Todo aquello y los "mánfragos" que inventábamos y con los que nos retorcíamos de risa, y aquella carta a Deladier sobre el Papa, y las burlas en el subterráneo, parecían simples diversiones, como tantas que otros hicieron y que indujeron a pensar a muchos desaprensivos que el surrealismo era una superchería. Lo cierto es que aun en los momentos en que sus actores creían cometer simples payasadas (y eso pasó con D. y conmigo) estábamos, sin saberlo, en medio de mortales peligros: como un niño que en un antiguo campo de batalla juega con proyectiles que cree inofensivos y que de pronto grandilocuentes explotan declaraciones sembrando teóricas la del destrucción y la muerte. movimiento afirmaban que Las el surrealismo se proponía abrir las compuertas del mundo secreto, del territorio prohibido; y todo aparecía a menudo desmentido por las cabriolas y los disparates. Pero, inesperadamente aparecían los demonios. Quién mejor que D. para ilustrar esta sombría paradoja? No sé si usted conoce la historia de Brauner, un judío rumano preocupado por los fenómenos de premonición y videncia. Llegó en 1927 a París, y creo que fue a través de Brancussi, que también era rumano, que conoció a Giacometti y a Tanguy. Ellos lo presentaron luego a Breton. Ahora, atienda bien lo que le voy a contar. Durante diez años, es decir desde 1927 hasta 1937, pintó imágenes del inconciente, obsesivas, concernientes a los ojos, algunas de extrema agresividad. Cuadros en los cuales el ojo es sustituido por un sexo femenino o se transforma en cuerno de toro, pinturas en que los personajes están parcial o totalmente desprovistos de sus ojos. Pero lo más asombroso es uno de sus autorretratos, pintado en 1931, y que prefigura exactamente la tragedia protagonizada por Domínguez en 1938. Brauner venía pintando una serie de autorretratos en que aparecía con un ojo pinchado y vaciado. Pero el de 1931 es todavía más tremendo: aparece vaciado su ojo derecho por una flecha de la que cuelga una letra D. Hay todavía otro hecho casi inverosímil: Brauner fotografió en aquel mismo 1931 el frente de la casa que un día iba a ser el escenario del horror: el atelier de Domínguez, en el número 83 del Boulevard Montparnasse. Creyó que sacaba el retrato de una vidente que estaba instalada delante de ese edificio, pero en realidad estaba fotografiando la casa en que un día se consumaría su sacrificio. Brauner volvió a Rumania. Pero retornó en 1938 "para" sufrir la mutilación. Algunos años más tarde escribirá: "Esta mutilación sigue permaneciendo despierta como en el primer día. A través del tiempo constituye el hecho esencial de mi existencia". Le transcribo su propio relato: "Éramos muchos esa noche, y nunca nos había ocurrido que nos hubiésemos juntado como en esa ocasión, sin ninguna gana ni 239