Test Drive | Page 234

Pero por qué electricistas? También eso me hacía gracia: la idea popular de lo que puede ser un laboratorio atómico. Era por la sigla, caramba! No me había explicado que la sigla debía golpear, que debía ser muy recordable? Ah, bueno, muy bien, entonces. Habían dejado de elaborar cadáveres. Domínguez, como cumpliendo con un rito muy triste o muy aburrido, con sus ojos de buey melancólico y su belfo caído, desalentado, comenzaba a insultar a gente de aspecto francés. El sábado y el domingo (explicaba) el DÔME se llenaba de franceses, de asquerosos burgueses. Se incorporó finalmente con pesadez, gigantesco y tambaleante, para ir a insultar de modo más íntimo a un viejito de barbita blanca con la Legión de Honor. Acompañado de su señora, tomaba un Ricard plácidamente. Domínguez se inclinó en una reverencia semejante a esas que hacen en los circos los elefantes amaestrados, diciendo con su detestable francés Madame, Monsieur, y luego, tomando uno de los guantes de la señora, comenzó a morderlo como si se propusiese comerlo. El viejo, paralizado por el asombro, no atinaba a hacer el menor movimiento. Y de pronto se levantó con una indignación que contrastaba con su tamaño: era chiquito y menudo. Domínguez suspendió la operación y se quedó mirándolo con aquella ternura exagerada que lograba con sus ojos bovinos en blanco y la cara acromegálica levemente inclinada hacia un costado, con delicadeza. Sux, que seguía los pasos inevitables del incidente, había pagado rápidamente y agarrándome de un brazo me hizo salir, recordando lo que pasó con todos nosotros cuando el boxeador peruano tuvo que intervenir. No habíamos terminado de salir cuando comenzó a oírse el escándalo de la pelea. Sux estaba indignado. -Mamarrachos! —exclamó, apenas se hubo sentado en LA COUPOLE—. Se viene la guerra y éstos haciendo semejantes chiquilinadas. Sacó unos papeles y escribió unas cifras. —Cada adherente debe pagar un dólar por año. Aproveché la llegada de Wilfredo Lam para zafarme. No tenía ningún propósito definido, el domingo me ponía particularmente triste. Caminé al azar, pero de pronto me encontré en la rue de la Grande Chaumiére. Sin conciencia, los pasos me habían llevado hasta Molinelli. Subí y lo encontré preparando café, como siempre. Parecía haber escuchado la conversación con Sux. —Anuncia el fin —comentó. —El fin? Qué es lo que anuncia el fin? —La fisión del uranio. El Segundo Milenio. Y vos has tenido el privilegio de estar al lado de semejante acontecimiento. Dentro de sus bolsillos, como mi hermano Vicente, llevaba cantidad de papeles doblados irregularmente, ajados, de diversos grados de envejecimiento: cartas, 234