—La fonética. Te doy un ejemplo: llotchka, unos bollos fritos. Primero poné la boca
para pronunciar la ll nuestra, luego acercá la lengua a los dientes. Así. Después,
apretá las mandíbulas, pero no del todo, para que salga el sonido por la ranura,
mientras estirás los labios. Así.
Bonasso me examinaba con los ojos muy abiertos y serios.
—Esperá un poco —le dije.
En aquel tiempo, todos leíamos LES MAMELLES DE TIRESIAS. Busqué LA FEMME
ASSISE.
—Mirá lo que dice Apollinaire de Canouris, ese amigo albanés que tenía. Vitalidad
sobrehumana y propensión al suicidio. Parece incompatible, no? Es, a mi juicio, un
rasgo de la raza.
Bonasso verificó el fragmento con cuidado, como si estudiara alguna importante
estipulación contractual. Luego me volvió a observar como si yo estuviese al borde
de una grave enfermedad.
—Me voy al DÔME —dijo luego.
Decidí acompañarlo.
Estaban Marcelle Ferry con Tristan Tzara y Domínguez, elaborando cadáveres
exquisitos:
—Qué es una lata de sardinas de cien metros de largo?
Un camouflage mongol.
—Qué es el minuto trágico?
El amor de una flor olvidada.
—Qué es el minotauro del desayuno?
El vacío.
Desde una mesita cercana, Alejandro Sux se quejaba: se viene la guerra y ustedes
con esas gansadas.
Domínguez lo miró con aquella especie de ternura de buey adormecido.
Sux me preguntó sobre el asunto del uranio. Había que organizar urgente un
comité. Ya tenía la sigla: DEFENSA. Era su debilidad, organizar comités y
sociedades, en el papel, naturalmente. La última había sido la Liga Contra el Uso de
la Batería de Aluminio en la Cocina. Apenas le hablé del uranio pensó en una
sociedad.
—Lo importante es una buena sigla, algo que se recuerde con facilidad. Defensa de
Eminentes Físicos, Electricistas, Naturalistas, Sociedad Anónima.
Que algo tan disparatado se organizara en forma de Sociedad Anónima (la
combinación de la locura con la sensatez comercial) me producía enorme gracia.
Lo que lo irritó.
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