No, no lo conocía.
—Tenés que leerlos —me dijo.
Bueno, en qué yo les podía ser útil.
Molinelli negó con la cabeza y una expresión que más o menos quería decir "eso no
es lo importante", o "se trata de otra cosa". El hombre había desaparecido,
precisamente desde el momento en que se anunció la fisión del átomo de uranio.
Quién había desaparecido? Fulcanelli?
No, hablaba del alquimista que Citronenbaum había conocido a través del
Helbronner, un tipo misterioso.
Pero entonces, por qué me hablaba de ese Fulcanelli?
Porque a juicio de ellos podían ser la misma persona, el alquimista y Fulcanelli,
quería decir.
—Vos sabés —me dijo Molinelli mirando con cierto temor hacia Goldstein y Cecilia,
que nos observaban fascinados, sin hacer nada—, vos sabés que hay un gran
misterio en torno de Fulcanelli.
En ese momento se produjo un hecho inesperado que todavía me avergüenza, y
que estaba en total desacuerdo con la angustia que por esos días me impedía
dormir: empecé a reírme casi histéricamente.
Molinelli, con la boca entreabierta y su enorme papada, demostraba la más grande
sorpresa.
—Qué te sucede? —preguntó con voz temblorosa.
Cometí el error más estúpido que podía cometer: en lugar de callarme el motivo se
lo dije: Molinelli y Fulcanelli. Me sequé los ojos con el pañuelo y cuando me disponía
a escuchar de nuevo a mis visitantes, advertí la enormidad de mi actitud: Molinelli
seguía con la boca entreabierta, en asombrado silencio, y su amigo había alcanzado
la máxima tensión eléctrica en sus ojitos fulgurantes.
Luego se miraron y sin despedirse se fueron.
Primero no atiné a hacer nada. Sólo me di vuelta para mirar hacia Goldstein y
Cecilia, que permanecían estáticos, siguiendo la escena. Luego corrí hacia la salida.
Llamando a Molinelli. Pero no se dieron vuelta. Entonces me detuve viendo cómo se
alejaban por el pasillo: uno, gigantesco y fofo, el otro chiquito en su traje heredado.
Volví al laboratorio y me senté en silencio, pensativo.
Durante varios días estuve muy deprimido y me era difícil dormir, o si dormía
comenzaban mis sueños. Uno de aquellos sueños no tenía nada grave en
apariencia, pero me desperté agitado. Yo caminaba por uno de los subsuelos del
Laboratorio, entraba en el cuarto de Lecoin y lo veía inclinado sobre unas placas, de
espaldas. Pero cuando lo llamé y se dio vuelta tenía la cara de Citronenbaum.
Por qué me desperté agitado? No lo sé. Tal vez era la mala conciencia respecto al
pobre Molinelli. Me levanté con la decisión de buscarlo para pedirle perdón. Sin
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