exposición sobre la teoría de la relatividad sin entender una sola palabra. Aquel
hombre podría estar muriéndose de hambre, como lo revelaba su traje raído,
heredado de alguien más grande que él, y sin embargo seguir preocupado
únicamente por la cuarta dimensión, la cuadratura del círculo o la existencia de
Dios.
No sé si le dije que Molinelli, enorme y gordo, tenía por su lado cierta semejanza
con Charles Laughton, con su papada y esa boca entreabierta por la que en
cualq uier momento puede caer un hilillo de baba. El contraste con Trotsky resultaba
tan grotesco que, de no haber estado yo en el ánimo que por aquellos días me
dominaba, me habría sido muy difícil evitar la risa, aun conociendo la bondad de
Molinelli.
Molinelli, misteriosamente, manifestó su deseo de hablar conmigo a solas. El cuadro
formado por el gordo y el esmirriadísimo y nerviosísimo acompañante no era el más
adecuado para que Cecilia y Goldstein modificaran la idea que se venían haciendo
sobre mi porvenir en la ciencia. Y me miraban con la atención con que se sigue a
una persona que está a punto de desmayarse en medio de la calle.
Nos fuimos a un rincón, en donde con seguridad constituíamos para Cecilia y
Goldstein una escena de caricatura entre electrómetros. Con voz baja de
conspirador, Molinelli me hizo saber que su amigo Citronenbaum (pero con C, me
advirtió) tenía algunas importantes cosas que consultarme sobre alquimia.
Lo miré: sus ojitos centelleaban de fanatismo.
Mis sentimientos eran curiosamente mezclados, pues por un lado me inducían a la
risa, me producía gracia la idea de vincularlo por su pequeñez a los autos Citroen;
pero por otro lado experimentaba algo que me sobrecogía.
La alquimia, repitió con voz neutra.
—Qué opinión tenés de Thibaud? —me preguntó Molinelli.
De Thibaud? No sabía bien, había leído en un tiempo un librito de divulgación.
Y de Helbronner?
Helbronner era un físico-químico, sí, claro.
—Es perito en los tribunales —informó el joven Citronenbaum, sin sacarme los
ojitos de encima, como si me quisiera agarrar en alguna falla.
En los tribunales?
Sí, perito en alquimia.
Perito en alquimia? No sabía qué actitud tomar, pero pensé que lo mejor era
permanecer sereno. Molinelli me sacó del apuro: siempre hay gente que anda con
inventos, máquinas del movimiento continuo, alquimia. Pero eso no era lo
importante: Citronenbaum (hizo un gesto de costado, señalándolo) había logrado
por ese medio ponerse en contacto con alguien de tremenda importancia. Había
leído yo los libros de Fulcanelli?
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