Luego se puso a lavarse un poco, y mientras se secaba me observó de costado.
Le relaté la historia de la noche anterior. Bonasso dejó de secarse y sin abandonar
la toalla me miró con asombro.
—Qué, no me creés? —pregunté con acritud.
Colocó pensativamente la toalla en su lugar y luego me observó con cuidado. Mi
irritación aumentó.
—Qué pasa! —le dije.
—Viejo —comentó con el ceño fruncido—, anoche estuviste conmigo y con
Alejandro Sux. No me vas a decir que no lo recordás.
Fue un duro golpe.
—Cómo?
—Por supuesto. El loco te consultaba sobre el asunto ese de la Sociedad Protectora.
—La Sociedad Protectora?
—Pero claro, hombre. Una de esas sociedades que inventa todos los días. Defensa
de Físicos Atómicos, creo.
Me quedé mudo. Bonasso me seguía observando, con preocupación.
Me fui, mintiendo que iba a llegar muy tarde al laboratorio. Pero me dirigí a lo de
Sux. La concierge me informó que lo encontraría en el Dupont Latin. Efectivamente,
ahí estaba hablándole a un francés.
—Mire qué casualidad —dijo, apenas me vio—, anoche le explicaba a Sabato el
asunto. Usted sabe, él trabaja en el Laboratorio Curie.
Me quedé alelado. En cuanto me fui, empecé a revisarme los bolsillos: no rastros de
la entrada al concierto. Claro, podía haberla tirado apenas traspuesta la puerta de
la iglesia, con esa manía que tengo de arrojar todo apenas creo que me es
innecesario, con las mil complicaciones que esa manía me ha traído más de una
vez, cuando descubro que el papel se convierte de pronto en algo precioso.
Me fui hasta Saint-Eustache, y cuando vi la iglesia tuve la certeza absoluta de que
la noche anterior no sólo había escuchado el concierto sino que había sufrido el frío
durante más de una hora en la cola de entrada.
Todo el día anduve rumiando lo sucedido, hasta que se me ocurrió rehacer el
camino que había hecho siguiendo a la desconocida. Llegué hasta la casa, reconocí
el portal del siglo XVII. Estaba abierto. Me detuve perplejo. Entraría? Y qué haría si
entraba? Me decidí por fin y busqué la escalera: todo me era conocido, era evidente
que había estado ahí, aunque hubiese sido en sueños. Subí hasta el segundo piso.
La escalera crujiente me impresionó, aunque ahora era de día, o precisamente por
eso. Seguí por el corredor y me acerqué con lentitud cada vez más temerosa a la
puerta que daba entrada al departamento o cuarto de "ella". Me quedé parado. Miré
a los costados y como nadie me observaba acerqué el oído a la ranura de la puerta:
no se oía el menor indicio de gente. Me retiré un poco y busqué algún detalle
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