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de la manera más despiadada, a raíz de ciertas palabras de aquel canalla de R. Al poco tiempo ella se volvió a la Argentina, y yo quedé tan solo como de chico en una pesadilla. Fue un período vergonzoso desde el punto de vista del trabajo. Goldstein me insinuó que Irene Joliot-Curie estaba disgustada. Me preocupaba el informe que pudiera mandarle al profesor Houssay, pues comprendía el sacrificio que habían realizado para enviarme. La Asociación para el Progreso de las Ciencias! Pobre doctor Houssay, si hubiese sabido cuáles eran mis preocupaciones fundamentales y mis pensamientos secretos por aquel tiempo! Explico mis actividades después del famoso domingo: todos los días, a la hora en que aproximadamente había bajado en Montparnasse, sacaba boleto y me instalaba en esa estación, vigilando los trenes. Permanecía una hora, dos, tres, hasta una tarde entera. Poco a poco empecé a perder las esperanzas, si constatar algo tan terrible puede constituir la esperanza de nadie. Hasta que una noche de invierno fui a la iglesia de Saint-Eustache para escuchar la Pasión según San Mateo con los coros de Leipzig. Escuchaba de pie contra una columna cuando sentí que los ojos estaban nuevamente clavados en mi nuca. No me atrevía a darme vuelta, tan grande era mi emoción. Tampoco era necesario. Desde ese momento me fue imposible concentrarme en la música. Cuando terminó el concierto caminé hacia la salida, tomé el Metro como un autómata, siempre con la convicción de que la desconocida venía detrás. Cuando llegamos a la Porte d'Orléans —ni se me ocurrió bajar en Montparnasse, ni en verificar si ella lo hacía allí o en Raspail o en cualquiera de las otras— salí empujado por la gente y dejé que pasase adelante, atreviéndome apenas a seguir sus movimientos de reojo. Comencé a seguirla. Tomó hacia el lado del Pare de Montsouris, dobló varias veces y, por último, se internó en la callejuela de Montsouris. Atisbé desde la esquina. Al llegar a un portal, sacó una llave y entró. Apenas hubo cerrado la puerta, me acerqué y durante un rato me quedé sin saber qué hacer. Por otra parte, que podía intentar? Después de algunos minutos de estúpida espera, volví sobre mis pasos y empecé a rehacer el camino de vuelta hacia la estación. No sé qué intuición me hizo repentinamente volver la cabeza y entonces vi que alguien me había estado siguiendo. Desapareció con rapidez, como quien es sorprendido en algo bochornoso. Tuve la sensación de que aquel hombre alto y un poco encorvado que me había estado siguiendo era R. Pero, claro, la oscuridad, la neblina, mi exaltación eran motivos de duda. De todos modos, me sentí tan trastornado que en el primer café entré a tomar algo. Cavilé largamente en los sucesos de la noche. Con esa 223