Test Drive | Page 220

pude llegar a ninguna conclusión. Me quedé preocupadísimo, pensando que si tenía algo importante que comunicarme, no las habituales mercaderías, por qué no me había seguido a pesar de todo? Como soy propenso a ver cosas que luego se comprueban sólo existieron en mi imaginación, habría terminado deduciendo que había sido un hecho ilusorio más, si una sorda pero tenaz convicción no me siguiese asegurando lo contrario. Era acaso una advertencia? Esto me lo pregunté más tarde, cuando salí del Metro. Así como una serie de variantes con las palabras que la gitana parecía haber dicho: veo la muerte delante o quizá a alguien que está muerto y verás delante de ti. Tomé el subterráneo de vuelta a eso de las 5, y me quedé de pie cerca de una de las puertas. Pasaron algunas estaciones hasta que empecé a sentirme molesto, o, más bien, inquieto. Tuve la sensación de que alguien a mis espaldas me observaba. Como sucede en tales casos, la sensación se hizo insufrible y terminé por darme vuelta. Una mujer joven tenía sus ojos puestos en mí: unos ojos grandes y oscuros. Pero más que mirarme, me observaba. Y no como a alguien a quien se mira por primera vez, sino como a alguien conocido muchos años atrás. Fue un segundo. Por timidez, volví mi cabeza en seguida. Pero seguí sintiendo sus ojos. Tenía la certeza de no haber visto jamás a la mujer, y sin embargo esos ojos me recordaban algo, impreciso y remoto, como esos recuerdos que comienzan a surgir cuando sentimos algún olor pasajero o restos de una canción que creíamos olvidada. Al llegar a Montparnasse me preparé para bajar, y no tuve el valor de encararla de nuevo. Caminé unos pasos, más por mi voluntad, que era vacilante, arrastrado por la gente. Hasta que sentí el impulso de retomar el tren. Era tarde. Mientras el coche ya se movía constaté que me seguía mirando, pero ahora con tristeza. Cuando el último coche desapareció comenzó a invadirme la angustia que siempre me han producido los encuentros fortuitos pero importantes en las grandes ciudades: esa sensación de que torpemente recorremos un laberinto y que cuando el azar (?) nos pone delante de una persona que puede ser fundamental, cualquier obstáculo malogra el encuentro. Como si el destino nos pusiera en nuestro recorrido al ser que debemos encontrar y al mismo tiempo, aviesamente, hiciese todo lo posible por malograrnos. Quedé mirando hacia el túnel, pensando que lo más probable era no volver a verla nunca m ás. Mientras iba hacia mi cuarto, la niebla se hacía cada vez más intensa. Y me llevé por delante una pareja en el pasaje de Odesa. Caminaba como un sonámbulo cuando tuve la revelación: eran los ojos de María Etchebarne! Como si tanteando en la oscuridad, de pronto hubiera rozado los contornos de un monstruo. 220