pude llegar a ninguna conclusión. Me quedé preocupadísimo, pensando que si tenía
algo importante que comunicarme, no las habituales mercaderías, por qué no me
había seguido a pesar de todo? Como soy propenso a ver cosas que luego se
comprueban sólo existieron en mi imaginación, habría terminado deduciendo que
había sido un hecho ilusorio más, si una sorda pero tenaz convicción no me siguiese
asegurando lo contrario. Era acaso una advertencia?
Esto me lo pregunté más tarde, cuando salí del Metro. Así como una serie de
variantes con las palabras que la gitana parecía haber dicho: veo la muerte delante
o quizá a alguien que está muerto y verás delante de ti. Tomé el subterráneo de
vuelta a eso de las 5, y me quedé de pie cerca de una de las puertas. Pasaron
algunas estaciones hasta que empecé a sentirme molesto, o, más bien, inquieto.
Tuve la sensación de que alguien a mis espaldas me observaba. Como sucede en
tales casos, la sensación se hizo insufrible y terminé por darme vuelta. Una mujer
joven tenía sus ojos puestos en mí: unos ojos grandes y oscuros. Pero más que
mirarme, me observaba. Y no como a alguien a quien se mira por primera vez, sino
como a alguien conocido muchos años atrás.
Fue un segundo. Por timidez, volví mi cabeza en seguida. Pero seguí sintiendo sus
ojos. Tenía la certeza de no haber visto jamás a la mujer, y sin embargo esos ojos
me recordaban algo, impreciso y remoto, como esos recuerdos que comienzan a
surgir cuando sentimos algún olor pasajero o restos de una canción que creíamos
olvidada.
Al llegar a Montparnasse me preparé para bajar, y no tuve el valor de encararla de
nuevo. Caminé unos pasos, más por mi voluntad, que era vacilante, arrastrado por
la gente. Hasta que sentí el impulso de retomar el tren. Era tarde. Mientras el coche
ya se movía constaté que me seguía mirando, pero ahora con tristeza. Cuando el
último coche desapareció comenzó a invadirme la angustia que siempre me han
producido los encuentros fortuitos pero importantes en las grandes ciudades: esa
sensación de que torpemente recorremos un laberinto y que cuando el azar (?) nos
pone delante de una persona que puede ser fundamental, cualquier obstáculo
malogra el encuentro. Como si el destino nos pusiera en nuestro recorrido al ser
que debemos encontrar y al mismo tiempo, aviesamente, hiciese todo lo posible por
malograrnos.
Quedé mirando hacia el túnel, pensando que lo más probable era no volver a verla
nunca m ás. Mientras iba hacia mi cuarto, la niebla se hacía cada vez más intensa. Y
me llevé por delante una pareja en el pasaje de Odesa. Caminaba como un
sonámbulo cuando tuve la revelación: eran los ojos de María Etchebarne!
Como si tanteando en la oscuridad, de pronto hubiera rozado los contornos de un
monstruo.
220