levemente encorvado. Vestía con ropa gastada pero a través de lo raído se veía su
aristocracia.
Me seguía observando, estudiando. Pero lo que más me indignó es que no sólo
persistía su ironía sino que hasta se había acentuado. Soy impulsivo, ya lo sabe, y
no pude menos que levantarme para pedirle explicaciones. Por única respuesta, sin
siquiera incorporarse, me preguntó:
—Así que no me reconocés, eh?
Tenía una de esas voces que caracterizan a hombres que fuman mucho: una voz
gruesa , viril, pero un poco dificultosa, propensa a las ronqueras. Lo observé con
asombro. Algo indeciso y al mismo tiempo mezclado a la aversión comenzó a tomar
forma en mi espíritu, como cuando, en el momento de despertarnos, empezamos a
entrever los rasgos del ser que nos atormentó en la pesadilla. Como si ya hubiese
mantenido un suspenso suficientemente incómodo, se limitó a decir "Rojas". Pensé
en un apellido, y recorrí mentalmente los Rojas que había conocido. Como si fuese
capaz de leer mi pensamiento, me interrumpió con fastidio:
—Pero no, hombre. El pueblo.
El pueblo?
—Lo dejé a los doce años —comenté con sequedad, como queriendo hacerle saber
que era una arrogante presunción de su parte imaginar que pudiera reconocerlo
después de tantos años.
—Ya lo sé —me contestó—. No hay necesidad de que me lo expliqués. Conozco muy
bien tu trayectoria, te sigo de cerca.
Mi irritación aumentó por lo que esas palabras suponían de intromisión. Con gusto,
comenté:
—Pues yo, ya lo ves, no te recuerdo en absoluto.
Esbozó una sonrisa sarcástica.
—Eso no tiene importancia. Además, es lógico que hayas tratado de olvidarme.
—Tratado de olvidarte!
A todo esto me había sentado, porque, como se comprende, no era el caso de
esperar de un individuo así una invitación. Y no sólo me había sentado sino que ya
había pedido otro vaso de tinto caliente, aunque mi voz era ya pastosa y mi cabeza
no funcionaba adecuadamente.
—Y por qué habría de querer olvidarte?
Me estaba poniendo agresivo y sentí que la entrevista iba a terminar con violencia.
Sonrió con su mueca, mientras levantaba sus cejas y arrugaba la frente en una
serie de líneas paralelas muy marcadas.
—Nunca me quisiste —acotó—. Más bien creo que siempre me detestaste. Recordás
lo del gorrión?
210