sucedido en 1949", sobre un individuo así, y así, extranjero. Schneider, pensó
Sabato.
—Ese retrato de su hijo —preguntó Gilberto.
Qué pasaba con ese retrato? Nada, simplemente quería saber quién lo había hecho.
El señor Aronoff había dicho algo de Holanda. "Bob Gesinus!" pensó Sabato con
asombro. Pero no, seguramente se equivocaban, Gesinus era el autor del cuadro,
era holandés pero no podía ser "ese individuo así y así, ese extranjero" que dirigía
aquellas potencias. Se equivocaban porque la imagen no era clara, porque tanto
Bob como Schneider eran extranjeros, y de la misma época.
Sería sorprendente, pensó (sería pavoroso), que Bob pudiera ser agente de las
potencias tenebrosas.
Pero por qué se empeñaron en hacer la sesión en el sótano? Bueno, es cierto que
Valle lo había convertido casi en un departamentito. Don Federico Valle! Por
primera vez se le ocurría su nombre en relación con todo eso: extranjero, hombre
de edad. Pero no usaba jamás sombrero. O éste era un detalle equivocado de esa
gente, a causa de la turbiedad que con frecuencia presentan esas visiones? Y sin
embargo pensaba que aunque Valle no pudo haber sido un agente de las potencias
negativas, resultaba significativa la inclinación que siempre había tenido por las
cuevas y túneles, desde que trabajó con Méliés en un subsuelo de París, hasta que
en Córdoba se construyó (se cavó) un refugio en la montaña que él mismo calificó
de "cueva". Y más tarde, cuando le alquiló la casa de Santos Lugares, no se había
reservado el sótano para vivir? De cualquier modo, Aronoff insistió en realizar la
sesión allí, en el subsuelo. En el mismo lugar donde se guarda el piano que Jorge
Federico tocaba cuando chico. Un piano cerrado, desde entonces, arruinado por la
humedad. Y encima el retrato que Bob le hizo en 1949. Ahora advertía que era la
fecha mencionada por Gilberto! Pero era absurdo, nada había habido en aquel
tiempo que pudiera hacer pensar en Bob como en un miembro de la Secta, ni
siquiera indirectamente.
Lo más tremendo fue cuando la rubia entró en trance y Aronoff le ordenó, con voz
imperiosa, que le hiciera llegar un signo de aquel tiempo. La muchacha se resistía,
lloriqueaba, se retorcía las manos, sudaba, con palabras entrecortadas murmuraba
que le era imposible. Pero el señor Aronoff le repetía la orden de modo imperativo,
diciéndole que debía hacerle llegar un mensaje al señor Sabato con el piano, una
prueba de que las fuerzas malignas se veían obligadas a comenzar su retroceso.
Mientras la rubia seguía llorando y retorciéndose las manos, el hombre, enorme e
imponente con su pierna cortada y su muleta, giró hacia las otras mujeres que
seguían en distintas etapas de su trance, y también hacia el chico Daniel, que sufría
convulsiones con los ojos extraviados, mientras gritaba que algo horrible se movía
en su vientre. Sí, sí, le decía el señor Aronoff, extendiendo su mano derecha sobre
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