Test Drive | Page 19

Así pude sentirme de nuevo entre los hombres y caminar, cuando ya creía que jamás podría volver a hacerlo. Pero me pregunto por cuánto tiempo, en qué modo. NO SABÍA BIEN CÓMO APARECIÓ GILBERTO, quién lo trajo o recomendó. Necesitaban a alguien que arreglara una puerta. Pero, cómo había llegado? En momentos de sospecha, quiso más tarde averiguarlo, y resultó que nadie estaba seguro. Al principio no le gustó mucho a su mujer: daba vueltas, parecía muy lerdo, andaba por ahí. Su cara era enigmática, pero eso no tenía demasiada importancia, porque todas las personas aindiadas son así. Después empezó a trabajar, lenta pero eficazmente, con ese silencio socarrón de ciertos criollos. Por él vinieron luego los otros. Ahora comprendía que nada fue casual, que quién sabe por cuánto tiempo lo habían tenido en observación. Poco a poco aquel hombre fue entrando en su mundo. En conversaciones con su mujer sugirió que "ellos" sabían su situación y estaban dispuestos a prestarle ayuda, a combatir contra las "entidades" que lo mantenían inmovilizado. El señor Aronoff, explicó, estaba empeñado con toda su fuerza en que el señor Sabato avanzara con su libro. Quizá imaginaban que era una especie de obra maestra en favor del Bien, pensaba Sabato. Y ese pensamiento comenzó a hacerlo sentirse como un cuentero, como alguien que comete un fraude con provincianos. Pero, y si tenían razón? Después de todo eran videntes, le constaban algunas de sus pequeñas hazañas de barrio. Y si, aun sin saberlo, él se proponía defender el bien, ponerse del lado de las potencias luminosas? Se examinaba a sí mismo y no terminaba de comprender cómo eso era posible, desde qué punto de vista, en virtud de qué consideraciones su interior podría manifestarse en una obra beneficiosa. No obstante, o por eso mismo, le conmovía la solicitud de aquella gente. Y cuando Gilberto le preguntaba, con su característica discreción, "cómo andaba eso", le respondía que mejor, que comenzaba a sentir algo positivo, que con toda seguridad pronto podría volver al libro. Él asentía en silencio, con expresión entre modesta y sutil, y le aseguraba que ellos seguirían luchando, pero que "él debía ayudar". Un día bajó al sótano, debía revisar una cañería, dijo. S. bajó con él, sin saber por qué. Miraba todo, parecía levantar un suavísimo censo, detuvo sus ojos largo tiempo en el piano abandonado y en el retrato de Jorge Federico. Cuando a los pocos días volvió, le hizo algunas preguntas a S., le pidió datos sobre "algo 19