gran tipo, pero era un invierno atroz y no había calefacción así que poníamos
muchas capas de L’HUMANITÉ encima y cada vez que nos dábamos vuelta se oía el
crujido de los diarios (lo estoy oyendo), yo estaba en un gran caos y muchas veces
caminando al borde del Sena pensé en matarme, no vaya a creer, per o me daba
pena por el pobre Lehrmann, el portero alsaciano, que me daba algunos francos
para comer un sándwich de esos largos y café con leche, era una fallada,
comprende, así que fui tirando hasta que no di más y con muchas precauciones me
robé de Gibert un tratado de análisis matemático de Borel y cuando en un café
comencé a estudiarlo, mientras afuera hacía frío y yo tomaba un café caliente,
comencé a pensar en aquellos que dicen
que este mercado en que vivimos
está formado por una única sustancia
que se transmuta en árboles, criminales y montañas,
intentando copiar un petrificado museo
de ideas.
Aseguran
(antiguos viajeros, escrutadores de pirámides, individuos que en sueños lo han
entrevisto,
algún
mistagogo)
que
es
una
pasmosa
colección
de
objetos
inconmovibles y estáticos: inmortales árboles, petrificados tigres,
junto a triángulos y paralelepípedos.
Y también un hombre perfecto,
formado con cristales de eternidad,
al que torpemente quiere parecerse
(el dibujo de un niño)
un montón de partículas universales
que antes eran sal, agua, batracio,
fuego y nube,
excrementos de toro y de caballo,
vísceras podridas en campos de combate.
De modo que (siguen explicando esos viajeros, aunque ahora con levísima ironía en
los ojos) con esa inmunda mezcla
de basura, tierra y restos de comida,
purificándola con agua y sol,
cuidándola anhelosamente
contra los despreciativos y sarcásticos poderes
de las grandes fuerzas terrestres
(el rayo, el huracán, el mar enfurecido, la lepra) se intenta un burdo simulacro
del hombre de cristal.
Pero aunque crece, prospera (le van bien las cosas, eh?)
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