(pero, anote, abandonado de verdad, no con esos imperfectos, anhelosos y en
definitiva inútiles abandonos que la vida nos proporciona) aguarde el ataque
innumerable
de los gusanos.
Hablemos, pues, sin miedo pero también sin pretensiones
sencillamente
con cierto sentido del humor
que disimule el lógico patetismo del asunto.
Hablemos de todo un poco.
Quiero decir:
de esos problemáticos dioses
de los evidentes gusanos
de los cambiantes rostros de los hombres.
No sé gran cosa de estos curiosos problemas
pero lo que sé lo sé de verdad
pues son experiencias mías
y no historias leídas en los libros
y puedo hablar del amor o del miedo
como un santo de sus éxtasis
o un mago de teatro (en una reunión casera, entre gente de confianza)
de sus trucos.
No esperen otra cosa
no me critiquen luego, no sean perversos, caramba.
Ni mezquinos.
Les advierto: sean más modestos
pues también ustedes están destinados (tralalá, tralalá, tralalá)
a alimentar a los gusanos antes mencionados.
De modo que, con excepción de los locos y de los invisibles dioses (tal vez
inexistentes)
todos los demás harán bien en escucharme si no con respeto por lo menos con
condescendencia.
—Muchos lectores se preguntan, señor Sabato, cómo es posible que usted se haya
dedicado a las ciencias físico-matemáticas.
—Pues nada más fácil de explicar. Creo haberle ya contado que huí del movimiento
stalinista en 1935, en Bruselas, sin dinero, sin documentos. Guillermo Etchebehere
me dio alguna ayuda, él era trotskista, y durante un tiempo pude dormir en el
altillo de la École Normale Supérieure, rue d'Ulm. Me acuerdo como si fuera hoy.
Una cama grande, pero en aquel tiempo no había calefacción, yo entraba por la
ventana a las diez de la noche y me acostaba allí, en la cama doble del portero,
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