Test Drive | Page 194

conducirlo. Y así, con los ojos vendados, sentía de pronto que lo llevaban al borde de un abismo, en cuyo fondo estaba la clave que lo atormentaba. Por Cramer habían doblado hacia Mendoza y luego, por Mendoza, habían llegado lentamente al cruce del ferrocarril. En el crepúsculo, aquella esquina resultaba un sitio de ominosa melancolía: los baldíos, los árboles, el farol sacudido por el viento del sudeste, el terraplén. Un gran desamparo presidía aquel sitio. Sabato miraba fascinado. Se sentó en el cordón de la vereda y parecía levantar un lamentable censo. Y cuando pasó vertiginosa y ruidosamente el tren eléctrico, la melancolía fue destrozada como un cortejo funerario por un tiroteo. Lloviznaba y hacía cada vez más frío. —Un hermoso lugar para que un chico se suicide —comentó de pronto S., en voz baja, como si hablara para sí. Silvia lo miró sorprendida. —No te preocupes, sonsa —agregó con una risa triste—. Un chico de novela, uno de esos que buscan el absoluto y sólo encuentran basura. Ella murmuró algo. —Qué? Que lo perseguía la idea del suicidio, dijo la chica. Pensaba en Castel, en Martín. Sí, era cierto. —Pero al final no se suicidan —agregó. —Por qué? —No lo sé. El novelista no conoce los porqués de sus personajes. Yo tuve todo el propósito de llevarlo a Martín hasta el suicidio. Y ya ves. —No será que en el fondo usted no lo aprueba? Pareció admitirlo dubitativamente. —Y ese personaje... —empezó Silvia, pero se arrepintió. —Cómo? —Nada. —Pero sí, hablá. —Ese chico, quiero decir. Este lugar. Es algo que piensa escribir? No respondió en seguida. Tomó unas piedritas y las arregló en el suelo formando la letra R. —No lo sé. A esta altura no sé casi nada de nada. Sí, quizá escriba sobre un chico como ése, alguien que un día venga hasta aquí a suicidarse. Pero, claro, a lo mejor... No terminó la frase. Se levant