Se rió, pero dejó la pregunta sin responder. Como si fuera un director de cine.
Además, para qué novela? Parecían personajes en busca de un autor, casas en
busca de personajes que golpeaban a sus puertas.
En la esquina de Cramer habían transformado la casona en restaurant vasco. La
moda.
—Jurá no comer nunca en un restaurant así —le dijo con cómica seriedad.
—Pero es cierto que está escribiendo una novela?
—Una novela? Sí... no... no sé qué decirte... Sí, me obsesionan algunas cosas, pero
todo resulta muy difícil, sufro mucho con esa historia y además...
Después de unos pasos, agregó:
—Sabés lo que pasó con la física, a comienzos de siglo? Se empezó a poner todo en
duda. Quiero decir, los fundamentos. Era como un edificio que crujía y hubo que
investigar los cimientos. Y se empezó a hacer no física sino a meditar sobre la
física.
Se apoyó contra la pared y se quedó un momento mirando el restaurant vasco.
—Con la novela ha pasado algo parecido. Hay que revisar los cimientos. No es
casualidad, porque nace con esta civilización occidental y sigue todo su arco, hasta
llegar a este momento de derrumbe. Hay crisis de la novela o novela de la crisis?
Las dos cosas. Se investiga su esencia, su misión, su valor. Pero todo eso se ha
hecho desde fuera. Ha habido tentativas de hacer el examen desde dentro, pero
habría que ir más a fondo. Una novela en que esté en juego el propio novelista.
—Pero me parece haber leído cosas así. No hay un novelista de CONTRAPUNTO?
—Sí. Pero no hablo de eso, no hablo de un escritor dentro de la ficción. Hablo de la
posibilidad extrema que sea el escritor de la novela el que esté dentro. Pero no
como un observador, como un cronista, como un testigo.
—Cómo, entonces?
—Como un personaje más, en la misma calidad que los otros, que sin embargo
salen de su propia alma. Como un sujeto enloquecido que conviviera con sus
propios desdoblamientos. Pero no por espíritu acrobático. Dios me libre, sino para
ver si así podemos penetrar más en ese gran misterio.
Se quedó pensando, mientras caminaba. No, no, ése era el camino. Entrar en las
propias tinieblas.
Era como si lo tuviera "en la punta de la lengua", y algo, una enigmática
prohibición, una orden secreta, una potencia sagrada y represiva, se lo impidiera
ver con claridad. Y lo sentía como una revelación inminente y a la vez imposible.
Pero acaso ese secreto le fuera revelado a medida que avanzase, y quizá pudiese
finalmente verlo a la luz terrible de un sol nocturno, cuando ese viaje terminara.
Conducido por sus propios fantasmas, hacia el continente que sólo ellos podían
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