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con su raído impermeable colorado, con su cabeza hacia delante, avanzando por encima de su cafecito, acercándose a una realidad siempre colocada un poco más allá del alcance de su vista. Su miopía, sus gruesos vidrios, su modesto impermeable lo conmovían. —Te podrías pintar algo —le salió sin querer. Ella bajó la cabeza. Tomaron café en silencio. Luego él le dijo que iban a caminar. —Pero afuera hace frío. Él la tomó del brazo y salió sin explicación. Había empezado el otoño, un otoño de lloviznas y viento. Cruzaron al parque de las barrancas de Belgrano, caminaron entre los árboles y finalmente llegaron hasta un banco de madera, debajo de un gran gomero. Las mesas de ajedrez estaban solitarias. —Le gustan los parques —comentó ella. —Sí. De muchacho venía a leer por aquí. Pero vamos, hace frío. Caminaron debajo de los grandes plátanos de hojas tostadas y decadentes. Doblaron por Echeverría hacia el lado de Cabildo. Él observaba todo como si fuese a comprarlo. Silvia lo veía hermético y sombrío. Por fin se atrevió a preguntarle hacia dónde iban. A ninguna parte. Pero sus palabras no le parecieron verdaderas. —La novela como poema metafísico —murmuró de pronto. Qué? Nada, nada. Pero en un plano inferior seguía su rumia: el escritor como entrecruzamiento de la realidad cotidiana y las fantasías, como límite entre la luz y las tinieblas. Y ahí, Schneider. Ahí estaba, las puertas del mundo prohibido. —La Iglesia de Belgrano —dijo ella. Sí, la Iglesia de Belgrano. Una vez más S. la observó con sagrado recelo y pensó en sus criptas. —Conocías este café? Entraron a tomar algo en el ÉPSILON, para calentarse. Después volvió a sacarla de un brazo y cruzaron Juramento. —Crucemos pronto este infierno —dijo, apresurando el paso. Pasaron Cabildo y siguieron por Juramento, hasta que empezó el viejo pavimento de grandes piedras y el misterio del viejo Belgrano. En la esquina de Vidal se paró a mirar al antiguo caserón, resto de una quinta. La examinaba como si tratase de adquirirla, ya lo había observado Silvia. Se lo dijo y él se sonrió. —Algo de eso. —Una vez leí que andaba buscando casas para una novela. Es cierto? Es necesario? 192