habría que encontrar un día, o construirlo. Pero yo pensaba, y creo que otros
compañeros también, que el hombre nuevo era alguien como él, como el Che: con
espíritu de sacrificio por los otros, con coraje y al mismo tiempo con compasión y...
Pareció vacilar un momento y además daba la impresión de tener dificultad en
hablar, como si los recuerdos lo ahogaran dolorosamente. Pero por fin se decidió a
decir la palabra ante la cual se había detenido, como avergonzado la dijo: con
amor.
Se quedó callado. Después se consideró obligado a explicar:
—Amor... no sé... no quiero decir eso que aparece en las novelas románticas... no
quisiera que me entendás mal... Era... Decía que no se podía luchar por un mundo
mejor sin eso, sin amor por el hombre y que eso era una causa sagrada, que no era
cuestión de simples palabras, que cada día, cada vez había que probarlo...
Cuántas veces lo vimos tratar sin rencor a soldados que un poco antes habían
tirado a matar, cómo curaba sus heridas, aun gastando los medicamentos que para
nosotros eran escasos. Te dije que al poco tiempo le empezó a faltar su medicina
para el asma, y sufría muchísimo. A veces se ocultaba en los momentos en que le
daba peor. Pero luego volvía, continuando la marcha, y se enojaba cuando
tratábamos de ayudarlo o aliviarlo o si el cocinero le daba algo mejor, o cuando
tratábamos de cambiarle la hora de guardia por una hora más cómoda.
Volvió a callarse, fumaba en silencio.
—La emboscada de Ñancahuazú, la primera vez que tuvimos que combatir.
Tomamos bastantes prisioneros, entre ellos a un mayor Plata. Daba vergüenza
verlo acobardado. Sus propios soldados nos pedían que lo fusiláramos, porque era
un hombre despiadado. Les sacamos la ropa a los soldados y les dimos ropas
civiles. Curamos a los heridos y el Inti les explicaba nuestros objetivos, porque el
Che tenía que disimular su presencia en Bolivia. Y les explicamos que no
matábamos enemigos prisioneros. Así que a aquel individuo lo tratamos como el
Che nos había enseñado: como a un ser humano, con dignidad y respeto. Otro
caso: el teniente Laredo. En su diario de campaña se encontró una carta de su
esposa. Una amiga le pedía que llevara una cabellera de algún guerrillero para
adornar el living. Así decía: para adornar el living. Y sin embargo el Che resolvió
que el diario de ese subteniente, ahora me acuerdo, era subteniente, no teniente,
había que hacerlo llegar a la madre, puesto que el oficial enemigo así lo decía en el
diario. Y el Che lo guardó en su mochila para un día hacerlo llegar. Lo encontraron
en la mochila cuando perdió la vida en la emboscada de Yuro. Te contaré otro caso.
El 3 de julio estábamos todavía cerca del camino petrolero donde habíamos tenido
un choque con el ejército. El Che había ordenado una emboscada, y esperábamos
que pasaran camiones. Pombo debía hacer una señal con su pañuelo, desde su
puesto de observación, cuando el primer camión estuviera al alcance de nuestro
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