asma empezó a embromarlo más que nunca, porque se le habían acabado los
remedios. Vos sabés lo que es el asma.
En la oscuridad, Marcelo vio que encendía otro cigarrillo.
—Querés? Uno solo no te puede hacer mal.
Estaban en silencio, cada uno mirando hacia el techo, de espaldas en la cama.
—Cuando lo vi por primera vez no lo podía creer. Era de noche, en el monte.
Parecía uno más... Pero en seguida veías que no...
Se calló, fumaba.
—No te vayas a creer —pareció querer aclarar— que él se diera aire de ser
diferente. No, no es eso, lo que quise decirte... No, quise decir que se sentía, sin
que él quisiera. No era severo, como puede ser un jefe militar, te quiero decir. Era
otra cosa. Hacía bromas, a veces. Pero otras cosas, no las toleraba. No toleraba la
dejadez, el abandono, por ejemplo. Vos sabés: cuando se está por mucho tiempo
en la selva, en el monte, poco a poco te vas abandonando, si te dejás al poco
tiempo no tenés más que trapos, porque los espinillos, las marchas, las lluvias, eso.
Y porque es difícil bañarse o porque comés muchas veces con las manos. En cuanto
uno se descuida ya estás convertido en un animal. Bueno, te digo, el Che eso no lo
toleraba. Había que preocuparse por estar limpio, por arreglarse la ropa, por cuidar
la mochila, los libros. Pocas veces lo oí gritar, y cuando gritó tenía razón. Más bien
te corregía con cariño, aunque con firmeza. Apenas llegábamos a un lugar que se
elegía de campamento, dirigía lo que él llamaba en broma las obras públicas: se
construían bancos, un horno para el pan, esas cosas. Y cada cierto tiempo ordenaba
una limpieza a fondo del campamento, aunque fuera provisorio. Y todos los días, de
4 a 6, teníamos las clases. Los más instruidos enseñaban, los otros aprendíamos:
gramática, aritmética, historia, geografía, política, lengua quechua. Hasta de noche
había cursos, pero esos eran voluntarios, para los que querían aprender más y
tenían más resistencia. De noche el Che daba un curso de francés. No es cuestión
de tirar tiros, decía, sólo de tirar tiros. Un día algunos de ustedes tendrán que ser
dirigentes, si triunfamos en esta guerrilla. El cuadro, decía, tiene que tener no sólo
coraje, tiene que desarrollarse ideológicamente, tiene que ser capaz de análisis
rápido y de decisiones justas, tiene que ser capaz de fidelidad y disciplina. Pero
sobre todo, decía, tiene que constituir el ejemplo del hombre nuevo que querernos
en una sociedad justa.
Hizo otra pausa y fumaba en silencio.
—El hombre nuevo —murmuró, como si pensara para sí mismo—.
Nos dijo muchas cosas sobre el hombre nuevo. Yo no te las puedo explicar porque
no soy una persona instruida. Pero mientras él hablaba y trataba de explicarnos
eso, yo lo miraba fijo y pensaba el hombre nuevo es él, es el Comandante Che
Guevara. Pero él hablaba como si se tratara de algo diferente, de algo grande que
178