casi diez años, les escribí otra carta de despedida. Según recuerdo,
me lamentaba de no ser mejor soldado y mejor médico. Lo segundo
ya no me interesa, soldado no soy tan malo... Puede que ésta sea la
definitiva. No la busco, pero está dentro del cálculo lógico. Si es así,
va un último abrazo. Los he querido mucho, sólo que no he sabido
expresar mi cariño; soy extremadamente rígido en mis acciones y
creo que a veces no me entendieron. No era fácil entenderme, por
otra parte. Créanme, solamente hoy.
—Sí, Marcelo, a veces nos dábamos cuenta. Por ejemplo cuando murió Benjamín,
un muchacho más débil que yo (se rió con timidez), pero tenía una fe bárbara.
Sufríamos mucho en aquellas marchas, desde el principio fue muy duro, y ya en los
primeros días muchos nos quedamos casi sin zapatos y con la ropa hecha pedazos.
Mucho espinillo, esas plantas, y la piedra, los vados. La idea del Che era llegar
hasta el río Masicurí, para que viésemos a los soldados por primera vez, no para
entrar todavía en combate. Ya llevábamos un mes casi de marcha, con enfermos,
los mosquitos, toda clase de sabandijas, el cansancio, las mochilas cada día pesan
más, las armas. Al final de ese mes, casi no teníamos ya qué comer. En el Río
Grande, Benjamín tuvo dificultades con la mochila, porque era como te decía muy
débil y estaba muy agotado, realmente era una pena verlo arrastrándose de ese
modo. íbamos por una faralla y no sé qué falso movimiento lo hizo caer al río, que
venía muy correntoso y crecido, así que ni siquiera tuvo fuerzas para dar algunas
brazadas. Rolando se tiró al río pero no lo pudo agarrar y ya no lo vimos más.
Todos queríamos a Benjamín, era un compañero de primera. El Comandante no dijo
nada, pero durante todo ese día no habló, iba silencioso y con la cabeza baja. Cada
vez que hacíamos un alto o cuando nos reuníamos a comer algo alrededor de una
fogata, siempre nos hablaba, enseñaba cosas. Esa noche nos dijo que las
principales armas del ejército revolucionario eran su moral y su disciplina. Un
guerrillero no debía saquear jamás una población, no debía maltratar a su gente y
mucho menos a las mujeres. Pero además debía mantener su decisión de vencer,
de combatir hasta la muerte por los ideales que habíamos abrazado. Y la disciplina
era fundamental, dijo, pero no esa que nos imponen en el servicio militar, sino la
disciplina de hombres que saben por lo que luchan y que saben que eso por lo que
luchan es algo grande y justo. No dijo una palabra de Benjamín, pero su voz esa
noche era distinta, y además todos sentimos que en lo que explicaba algo tenía que
ver con Benjamín, con su manera de aguantar el sufrimiento. Porque muchas veces
lo habíamos visto ayudar a Benjamín, a aliviar su carga, ya que él, el Che, llevaba
siempre la carga más pesada y hacía las cosas más arriesgadas. Hasta cuando el
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