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angustia y la esperanza. Límites de la condición humana, que existen desde que el hombre es hombre. Por eso los trágicos griegos nos siguen emocionando aunque las estructuras sociales en que surgieron no existan más. Cuando llegaron al café y vio que eran más de las 8 , S. le dijo que tenía que irse. Un día, a lo mejor, volverían a hablar. Cuándo? No lo sabía. Pero podía escribirle? Sí. Le contestaría? Sí. UNA ESPECIE DE INMORTALIDAD DEL ALMA pensaba Bruno, no una verdadera inmortalidad. Porque aquella Alejandra que perduraba en el espíritu de Martín, que candente aunque fragmentaria se había mantenido en el corazón y en la memoria del muchacho, como brasas ocultas entre cenizas, se mantendría mientras Martín viviese, y mientras perdurara él mismo, Bruno, y acaso Marcos Molina y hasta Bordenave y otros seres (magnánimos o siniestros, remotos o cercanos) que alguna vez habían participado de su alma, de algún fragmento maravilloso o infame de su espíritu. Pero, y luego? Atenuándose con los años, volviéndose cada día más confusa y ambigua, convirtiéndose con el paso del tiempo en parcelas cada vez más turbias y lejanas, como el recuerdo de esos países que recorrimos en la juventud y que luego fueron devastados por tempestades y catástrofes, por guerras, por muertes, desilusiones: aniquiladas grandes regiones de aquel recuerdo por la paulatina desaparición de los que alguna vez estuvieron en contacto con Alejandra, su alma iríase reduciendo crecientemente, envejeciendo con la edad de los sobrevivientes, muriendo con la muerte de los que de un modo o de otro participaron de aquella magia compartida: en el amor o en el deseo, en un delicado sentimiento o en innobles prostituciones. Y entonces, poco a poco, sobrevendría la muerte final. No ya de aquel cuerpo que alguna vez se había desnudado ante un Martín tembloroso en el antiguo Mirador de Barracas, sino de aquel espíritu que aún perduraba fragmentariamente en el alma de Martín y en la propia memoria de él, de Bruno. No una auténtica inmortalidad, pues, sino apenas una mortalidad postergada, y compartida de los seres que 158