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S. la miró con cariñosa ironía. —Dejemos esto de lado, Silvia. Prefiero hablar de otro asunto, que quedó en el aire, en la reunión. Claro que el marxismo acierta con ciertos hechos sociales y políticos de esta sociedad. Pero hay otros hechos que resisten. Resisten? Silvia adelantó su cabeza de sarracena. —Claro: el arte, los sueños, el mito, el espíritu religioso. Tímidamente (era extrañísimo el contraste entre la Silvia audaz de la reunión, irónica, brillante, y ésta del parque) ella argumentó que el ateísmo marxista era más bien político, no teológico. No había tenido por objeto la muerte de Dios sino la destrucción del capitalismo. Había criticado la religión en la medida en que constituía un obstáculo para la revolución. S. la miraba con apacible incredulidad. Qué, no estaba de acuerdo? —Ya sabemos que la Iglesia apoyó la explotación. Te dije antes eso de la Biblia en el África. Pero yo hablo de otra cosa, no hablo de la actitud política de la Iglesia sino del espíritu religioso. Marx era realmente ateo, realmente creía que la religión era una superchería. Ni más ni menos que los cientificistas. Después se rió. —La televisión es el opio del pueblo. Este es el aforismo verdadero. Pero no te enojés. Tengo admiración por Marx; inició, junto con Kierkegaard, la reivindicación del hombre concreto. Pero me refiero ahora a su fe en la ciencia, que, ya ves, nos ha llevado a otro género de alienación. Ahí es donde me separo de su teoría. Lo mismo me pasa con neo-marxistas de gran calidad, como Kosik.