—Entonces creé en lo que te digo: su expresión es severa y pensativa a la vez. Qué
curioso. Qué se propondría el escultor.
—Alejandra —murmuró ella, con voz vacilante.
Qué.
Vivía? Había existido alguna vez?
S. le respondió con cierta severidad. Cómo, ella también?
—Vení, sentate. Antes, estos bancos eran de madera. Un poco más y nos
sentaremos en bancos de terilene y comeremos píldoras. Por suerte yo no veré
todo eso. Te das cuenta de que soy un reaccionario? Al menos lo que ustedes los
marxistas piensan de mí.
—No todos los marxistas.
—Caramba, menos mal. Basta que diga mito o metafísica para que en seguida me
acusen de recibir dinero de la embajada norteamericana. A propósito de
norteamericanos, sabés una cosa? Un tipo de no sé qué universidad hizo notar en
su tesis que mi novela comenzaba frente a la estatua de Ceres. Está por allí.
—Y eso?
—La diosa de la fertilidad. Edipo.
Pero lo había hecho a propósito?
Qué.
Lo de la estatua de Ceres.
—Estás hablando en serio?
Sí, claro.
—Pero no, sonsa. En aquel tiempo había aquí una cantidad de estatuas. Recuerdo
que había elegido primero la de Atenea. Después no me gustó, no sé por qué.
Hasta que puse Ceres.
—Entonces, es probable que su inconciente lo impulsara.
—Es probable.
—EL TÚNEL, también empieza con una maternidad.
—También me lo dijeron. Esos que hacen tesis descubren todo. Quiero decir que
descubren lo que uno mismo no sabía.
—Pero entonces está de acuerdo.
—En un sentido estrecho, no. Pero creo que si escribís abandonándote a tus
impulsos, pasa un poco lo de los sueños. Te van saliendo las obsesiones profundas.
Mi madre era poderosa, y a nosotros dos, los últimos, a Arturo y a mí, nos agarró,
por decirlo así. Casi nos encerró. Se puede decir que vi el mundo a través de una
ventana.
—La madre sobreprotectora.
—Por favor, no uses esa jerga. Sí, quizá inconcientemente he estado dando vueltas
alrededor de la madre. Otro hace un análisis junguiano, los símbolos tales y cuales.
148