personas. Repentinamente avergonzado por la sola posibilidad de ser reconocido
por él, Martín se ocultó tras el diario que acababa de comprar. Pero a cada
momento, como quien está cometiendo un acto prohibido y terrible, lo espiaba.
Trataba de descubrir la raíz de ese sentimiento, pero le resultaba difícil, como si
tuviese que leer las palabras de una carta de tremenda trascendencia pero casi
ininteligible por la falta de luz y por una ambigüedad en los trazos que tal vez fuera
consecuencia del desgaste, del ajamiento del papel, del tiempo. Intensamente
trataba de definir ese sentimiento indefinible, hasta que pensó que acaso fuera
semejante al de un muchacho que después de un viaje por países remotos
observase el rostro de alguien del que se dice que es su padre, pero al que nunca
antes ha visto en su vida.
Trataba de descubrir lo que había debajo de aquella máscara de huesos y cansada
carne, porque Bruno le decía qué no bastan los huesos y la carne para construir un
rostro, que es algo infinitamente menos físico que el resto del cuerpo, ya que está
calificado por ese conjunto de sutiles atributos con que el alma se manifiesta o trata
de manifestarse a través de la carne. Motivo por el cual, pensaba Bruno, en el
instante mismo en que alguien se muere su cuerpo se transforma en algo
misteriosamente distinto, tan distinto como para que podamos decir "no parece la
misma persona", no obstante tener los mismos huesos y la misma materia de un
segundo antes, un segundo antes de ese momento en que el alma se retira del
cuerpo y en que éste queda tan muerto como una casa cuando se han ido para
siempre (retirando sus cosas tan personales) los seres que la habitaron y que allí
sufrieron y amaron.
Sí, pensaba Martín: las sutilezas de los labios, las pequeñas arrugas en torno de los
ojos, esas imprecisas imágenes de los habitantes interiores, esos desconocidos que
se asoman a las ventanas de los ojos, de modo ambiguo y fugitivo y casi traslúcido:
las figuras de los fantasmas interiores.
Era arduo, era casi imposible descubrir todo eso desde lejos.
Y así, aquel hombre, aquel rostro, se le aparecía apenas como el rumor de una
lejana conversación, que sabemos importantísima y que ansiosamente querríamos
descifrar.
Soy un huérfano, se dijo Martín, con tristeza, y sin saber por qué.
SALIÓ DEL CAFÉ Y VOLVIÓ AL PARQUE
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