dinero, porque tiene facilidad, porque no resiste la vanidad de verse en letra de
imprenta, por distracción o por juego. Pero quedan los otros, los pocos que
cuentan, los que obedecen a la oscura condena de testimoniar su drama, su
perplejidad en un universo angustioso, sus esperanzas en medio del horror, la
guerra o la soledad. Son los grandes testigos de su tiempo, muchachos. Son seres
que no escriben con facilidad sino con desgarramiento. Hombres que un poco
sueñan el sueño colectivo, expresando no sólo sus ansiedades personales sino las
de la humanidad entera... Esos sueños pueden incluso ser espantosos, como en un
Lautréamont o un Sade. Pero son sagrados. Y sirven porque son espantosos.
—La catarsis —apuntó Silvia.
Sabato la miró y ya no dijo nada. Parecía muy preocupado y descontento. Se quitó
los anteojos y se apretó la frente, en medio de un silencio absoluto. Después dijo
algo que no se entendió bien y se fue.
MORIR POR UNA CAUSA JUSTA
pensaba Bruno, mientras veía a Marcelo alejarse con su compañero por la calle
Defensa. Morir por el Vietnam. O quizá aquí mismo. Y ese sacrificio sería inútil y
candoroso, porque el nuevo orden finalmente sería copado por cínicos o
negociantes. El pobre Bill yendo de volu