Araujo escuchaba con reconcentrada dureza.
—No me parece tan nítido —arguyó—. Por algo Marx admiraba a escritores como
Balzac. Esas novelas son testimonios de una sociedad.
—Las novelas de Kafka no describen huelgas de ferroviarios en Praga, y sin
embargo quedarán como uno de los testimonios más profundos del hombre
contemporáneo. Resulta que habría que quemar toda su obra, como la de
Lautréamont o la de Malcolm Lowry. Miren, muchachos, ya les dije que me queda
poco tiempo, y no lo voy a perder con esta clase de precariedades filosóficas.
—Creo que estamos perdiendo el tiempo —comentó Silvia.
—También lo creo yo —dijo Sabato—. He hablado sobre esto hasta el cansancio,
pero observo que siempre se vuelve con los mismos argumentos. Y no sólo acá.
Miren ese reportaje de Asturias.
—Sobre qué.
—Sobre
nosotros,
ciertos
escritores
argentinos.
Explicó
que
no
somos
representativos de la América Latina. Algo parecido dijo un crítico norteamericano,
hace poco: que la Argentina no tiene literatura nacional. Claro, la carencia de un
fuerte color local confunde a esta clase de censores, que en el fondo reclaman una
escenografía pintoresca para conceder el certificado. Para estos ontólogos, un negro
en una plantación de bananas es real, pero un estudiante de liceo que medita sobre
su soledad en una plaza de Buenos Aires es una anémica entelequia. A este
superficialismo lo llaman realismo. Porque esto de lo nacional está vinculado al
máximo y siempre equívoco problema del realismo. Esta palabra, eh... Cómo
embroman con esa palabra. Si mientras duermo sueño con dragones, y
considerando la absoluta falta de dragones en la Argentina, se debe inferir que mis
sueños no son patrióticos? Habría que preguntarle a ese crítico norteamericano si la
inexistencia de ballenas metafísicas en el territorio de los Estados Unidos convierte
a Melville en un apátrida. Dejémonos de tonterías, por favor! Estoy hasta acá.
Sabato se quitó los anteojos y se pasó la mano por los ojos y la frente, mientras
Silvia discutía con el Cosaco y con Araujo. Pero él no lo escuchaba ni los oía. De
pronto volvió a la carga:
—Esas tonterías provienen de suponer que en definitiva la misión del arte consiste
en copiar la realidad. Pero ojo: cuando esta gente habla de realidad quiere decir
realidad externa. La otra, la interior, ya sabemos que tiene muy mala prensa. Se
trata de convertirse en máquina fotográfica. De cualquier modo, y para los que
creen que el realismo consiste en descubrir ese mundo externo, ya la formación de
la Argentina a base de inmigrantes europeos, su clase media poderosa, su
industria, legitima una literatura que no se ocupe del imperialismo bananero. Pero
hay motivos más valederos, ya que el arte no tiene la misión que esa gente
supone. Sólo un candoroso trataría de documentarse sobre la agricultura en las
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