Test Drive | Page 138

Araujo escuchaba con reconcentrada dureza. —No me parece tan nítido —arguyó—. Por algo Marx admiraba a escritores como Balzac. Esas novelas son testimonios de una sociedad. —Las novelas de Kafka no describen huelgas de ferroviarios en Praga, y sin embargo quedarán como uno de los testimonios más profundos del hombre contemporáneo. Resulta que habría que quemar toda su obra, como la de Lautréamont o la de Malcolm Lowry. Miren, muchachos, ya les dije que me queda poco tiempo, y no lo voy a perder con esta clase de precariedades filosóficas. —Creo que estamos perdiendo el tiempo —comentó Silvia. —También lo creo yo —dijo Sabato—. He hablado sobre esto hasta el cansancio, pero observo que siempre se vuelve con los mismos argumentos. Y no sólo acá. Miren ese reportaje de Asturias. —Sobre qué. —Sobre nosotros, ciertos escritores argentinos. Explicó que no somos representativos de la América Latina. Algo parecido dijo un crítico norteamericano, hace poco: que la Argentina no tiene literatura nacional. Claro, la carencia de un fuerte color local confunde a esta clase de censores, que en el fondo reclaman una escenografía pintoresca para conceder el certificado. Para estos ontólogos, un negro en una plantación de bananas es real, pero un estudiante de liceo que medita sobre su soledad en una plaza de Buenos Aires es una anémica entelequia. A este superficialismo lo llaman realismo. Porque esto de lo nacional está vinculado al máximo y siempre equívoco problema del realismo. Esta palabra, eh... Cómo embroman con esa palabra. Si mientras duermo sueño con dragones, y considerando la absoluta falta de dragones en la Argentina, se debe inferir que mis sueños no son patrióticos? Habría que preguntarle a ese crítico norteamericano si la inexistencia de ballenas metafísicas en el territorio de los Estados Unidos convierte a Melville en un apátrida. Dejémonos de tonterías, por favor! Estoy hasta acá. Sabato se quitó los anteojos y se pasó la mano por los ojos y la frente, mientras Silvia discutía con el Cosaco y con Araujo. Pero él no lo escuchaba ni los oía. De pronto volvió a la carga: —Esas tonterías provienen de suponer que en definitiva la misión del arte consiste en copiar la realidad. Pero ojo: cuando esta gente habla de realidad quiere decir realidad externa. La otra, la interior, ya sabemos que tiene muy mala prensa. Se trata de convertirse en máquina fotográfica. De cualquier modo, y para los que creen que el realismo consiste en descubrir ese mundo externo, ya la formación de la Argentina a base de inmigrantes europeos, su clase media poderosa, su industria, legitima una literatura que no se ocupe del imperialismo bananero. Pero hay motivos más valederos, ya que el arte no tiene la misión que esa gente supone. Sólo un candoroso trataría de documentarse sobre la agricultura en las 138