Test Drive | Page 136

menos es legítima. Lo ilegítimo es sostener que sólo eso es arte, que esa clase de affiches es lo que debe hacer un pintor que quiere el cambio social. Lo ilegítimo es confundir los planos: el arte con los affiches. Además, a veces nos vienen con el cuento de que ahora el arte no puede andar con esa clase de lujos cuando el mundo se viene abajo. Pero también se venía abajo en la época de la Revolución Francesa, y un artista como Beethoven era revolucionario, hasta el punto de romper la dedicatoria a Napoleón cuando lo defraudó. Pero sin embargo no escribía marchitas revolucionarias. Escribía música grande. No fue Beethoven el que escribió LA MARSELLESA. —Claro! —casi gritó Puch. A BRUNO LO FASCINABA AQUEL ROSTRO, cada frase servil le provocaba vergüenza por la raza humana entera, sabía que podría convertirse en delator policial o trepar hasta convertirse en funcionario de este régimen o del opuesto. Y entonces volvía a pensar en Carlos, con alivio. Aunque era un alivio doloroso, porque sabía cuánto costaba a seres como Carlos la existencia de gusanos como Puch. Carlos. No estaba de nuevo al lado de Marcelo? Porque los espíritus se repiten, casi encarnados en la misma cara ardiente y concentrada de aquel Carlos de 1932. La cara de un muchacho que sufre algo profundísimo que no puede ser revelado a nadie, ni siquiera a ese Marcelo que es quizá su íntimo compañero, pero seguramente en una amistad hecha de silencio y de actos. Con Carlos volvían a su memoria nombres de aquel tiempo: Capablanca y Alekhine, Sandino, Al Jolson cantando en aquel film grotesco, Sacco y Vanzetti. Extraña y melancólica mezcla! Lo volvía a ver a Carlos, del que nunca supieron el verdadero apellido, leyendo encarnizadamente ediciones baratas de Marx y Engels, moviendo los labios con lentitud, en silencio, con los puños apretados contra las sienes, en aquel cuarto de la calle Formosa, como alguien que penosamente busca y finalmente desentierra el cofre del tesoro, donde encontrará la clave de su existencia desventurada, la muerte de su madre en una casilla de zinc rodeada de chicos con hambre. Era un espíritu religioso y puro. Cómo podía comprender a los hombres en general? La encarnación, la caída? Cómo podía entender la contaminada condición del hombre? Cómo podía alguna vez comprender y aceptar la existencia de comunistas como Blanco? Veía sus ojos ardientes en aquella cara demacrada y reconcentrada. Habría sufrido hasta el límite de todo padecimiento, 136