—Le parece? —preguntó con heladez Araujo.
—A menos que llames literatura revolucionaria a las proclamas, discursos de
barricadas y panfletos. A esas obras de teatro soviéticas en que el Tractorista
Condecorado contrae nupcias con la Stajanovista Premiada para engendrar Hijos de
la Revolución químicamente puros. También los franceses, no vayan a creer, en
aquel tiempo. Había obras (cuentan, dicen, porque es como una leyenda,
desaparecieron del mapa de puro malas) tituladas Virgen y Republicana.
Araujo y Silvia se agarraron violentamente.
—Pero estos terroristas de la crítica de izquierda —dijo Silvia— siguen buscando la
quinta rueda del carro, ven un colonialista en cualquier autor de cuentos
fantásticos. Y lo más cómico es que ellos son literatos de alma.
—Porque no dejan de escribir ni un segundo —acotó el Cosaco. —Ni dejan escribir a
los demás.
Pero Sabato, qué decía.
Los escuchaba: le parecía inverosímil que todavía se discutiesen ciertas cosas. Se
habían olvidado que Marx recitaba a Shakespeare de memoria?
—Quién les dice —comentó Silvia—, Shakespeare escribió ese Libro Revolucionario
y los chicos de la calle Corrientes no lo saben. Estaba bien, que se dejara en paz al
pobre Karl Marx, que por lo visto era un incurable románticopequeñoburguéscontrarrevolucionarioalserviciodelimperialismoyanqui.
—Pero entonces —preguntó inesperadamente el de aspecto indígena, que se había
mantenido en su silencio hierático—, fuera de meterse a guerrillero no se puede
hacer nada con libros en favor de la Revolución?
—Estamos hablando de ficción, de poesía, hombre —dijo Sabato, ya con fastidio—.
Por supuesto que se puede hacer mucho por la Revolución con libros de sociología,
de crítica, ya lo dije al comienzo. El MANIFIESTO COMUNISTA es un libro, no es una
ametralladora. Estamos hablando de escritores en un sentido estricto. Que alguien
quiera ayudar a la revolución con un manifiesto, con una crítica de las instituciones,
con un trabajo de género periodístico o filosófico, no sólo es posible: es exigible, si
se pretende revolucionario. Lo grave es cuando se confunden los planos. Como si
sostuviesen que lo valioso en Picasso es su célebre palomita, mientras que sus
mujeres de perfil con dos ojos son podrido arte burgués. Como sostienen todavía
los críticos soviéticos. Esa policía del realismo socialista.
Alguien habló de una muestra de Picasso en Moscú.
Quién? Cómo?
Se produjo una confusa discusión a gritos entre los chicos.
—No perdamos el tiempo en esta discusión inútil —dijo Sabato—. No sé si por fin
hicieron o no exposiciones de Picasso. Hablo de la doctrina oficial, que es lo grave.
No creo que la palomita haya evitado un solo bombardeo en el Vietnam, pero al
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